15/11/2024

Simone Weil, una pasión por la verdad que la llevó a las puertas del bautismo… que no cruzó

Se han cumplido ochenta años de la muerte de Simone Weil (1909-1943), una filósofa francesa inclasificable que, siendo de origen judío y agnóstico, se quedó a las puertas de la Iglesia y sigue siendo considerada una referencia intelectual para quienes resisten a las consecuencias de la modernidad

Benoît Dumoulin, profesor de derecho constitucional y de historia de las ideas políticas y director del Centro Antropológico de Provenza, ofrece una buena presentación de esta escritora en el número 362 (octubre de 2023) de La Nef:

Simone Weil, la pasión por la verdad

El 24 de agosto de 2023 se cumplieron 80 años de la muerte de Simone Weil, que falleció a los 34 años, víctima de privaciones autoimpuestas y de tuberculosis pulmonar, ante la indiferencia general. Ese 24 de agosto de 1943, siete personas asistieron a su funeral en el cementerio británico de Ashford (Kent), entre ellas el democristiano Maurice Schumann [judío converso al catolicismo, futuro ministro con Pompidou] con quien había trabajado en el Estado Mayor de la Francia Libre en Londres.

Su muerte resume el destino de toda una vida. Le habría gustado morir en el campo del honor como Charles Péguy en 1914, pero la Providencia le tenía reservado un destino diferente, fruto de su extrema compasión: «No podía comer cuando pensaba en los franceses que morían de hambre en Francia», explica su biógrafa y compañera de estudios en la Escuela Normal Superior, Simone Pétrement.

La biografía de Simone Pétrement ‘Vida de Simone Weil‘ ha sido publicada en español por Trotta.

De hecho, como señala Gustave Thibon, que la acogió en su casa en 1941, «era la única persona en la que no veía ninguna discrepancia real entre los ideales que defendía y la vida que llevaba». Tal vez sea este el rasgo más importante de su personalidad: ser fiel a sí misma.

Nacida en París en 1909 en el seno de una familia burguesa, agnóstica y culta, Simone Weil era doblemente judía, asquenazi de Alsacia por parte de padre y judía rusa por parte de madre, que procedía de Galitzia (actual Polonia del sur).

«El genio de los niños Weil procedía más de Galitzia que de Alsacia», dice Simone Pétrement, refiriéndose a la personalidad igualmente genial y caprichosa de su madre Selma. Simone era la hermana inseparable de André Weil, un gran matemático que, como Pascal, resolvía ecuaciones a los ocho años, aprobó la ‘agregación’ [capacitación para la enseñanza] en matemáticas a los 19 y se hizo médico a los 22 años. Hizo una brillante carrera en Estados Unidos, renovando el enfoque de las matemáticas. Fue tanto la influencia de Platón como la de su hermano André lo que ancló a Simone en su amor por las matemáticas, que para ella reflejaban la belleza y la armonía del mundo, como explica Eugénie Bastié en un retrato conjunto de André y Simone Weil publicado en Le Figaro el 15 de agosto de 2023.

Tras aprobar el bachillerato en filosofía en 1925, ingresó en la ‘hypokhâgne’ [clase de preparación a la Escuela Normal Superior] del Liceo Enrique IV, donde durante tres años estudió con el filósofo Alain [Émile Chartier], al que consideraba su maestro intelectual y que la enraizó en el platonismo, así como en un pacifismo que no abandonaría hasta más tarde. Estudiante de la Escuela Normal Superior desde los 19 años, aprobó la ‘agregación’ en filosofía a los 22, en 1931. En aquella época, leía L’Humanité [periódico del Partido Comunista Francés] y se declaraba miembro de la extrema izquierda.

Una búsqueda existencial de la verdad

Su búsqueda de la verdad era de naturaleza existencial. En su Autobiografía espiritual, dirigida al padre Perrin el 15 de mayo de 1942, recuerda la profunda crisis que tuvo que afrontar de adolescente, cuando creía que la verdad era inaccesible a sus facultades: «A los catorce años caí en una de esas desesperaciones sin fondo de la adolescencia, y pensé seriamente en morir, a causa de la mediocridad de mis facultades naturales» comparadas con las de su hermano. Lamentaba especialmente «no poder esperar ningún acceso a ese reino trascendente donde solo pueden entrar los hombres verdaderamente grandes y donde habita la verdad. Preferiría morir a vivir sin ella», prosigue, con su radicalismo habitual.

Al final, llegó a la íntima certeza de que la verdad no la abandonaría si hacía el esfuerzo necesario para conocerla: «Cualquier ser humano, aunque sus facultades naturales sean casi nulas, entra en ese reino de la verdad reservado a los genios, si tan solo desea la verdad y hace un esfuerzo perpetuo de atención para alcanzarla«.

Esta exigencia de verdad la llevó, primero, a renunciar a su carrera docente para vivir en primera persona las agonías de la clase obrera. También fue una oportunidad para reflexionar sobre la relación entre el hombre y la técnica en el mundo industrial. En 1934, trabaja como obrera de prensado en Alsthom y luego en la cadena de montaje de la fábrica Renault de Boulogne-Billancourt. Pero, dotada de un sentido práctico tan poco desarrollado como aguda era su inteligencia, y aquejada de frecuentes problemas de salud, fue suspendida y, más tarde, despedida. Tras su muerte, Albert Camus publicó a título póstumo La condición obrera (1951), una recopilación de textos que incluye su Diario de fábrica.

Simone Weil, vestida de miliciana en Barcelona.

En agosto de 1936, a pesar de su pacifismo, decidió participar en la Guerra Civil española, explicando a Georges Bernanos: «No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha horrorizado, más que la guerra, es la situación de los que están en segundo plano, charlando de lo que no saben». A diferencia de su hermano, que desertó en 1939, Simone quiso cumplir sus compromisos. Sin embargo, una vez en España, no tardó en indignarse por la actitud de los republicanos españoles, que derramaban sangre inútilmente. Gravemente quemada tras meter un pie en una olla de aceite hirviendo, tuvo que regresar a Francia. También se distanció de la ideología marxista, que en su opinión no ofrecía ninguna solución real a la difícil situación de la clase obrera.

Su honestidad intelectual la condena a una cierta soledad, ya que a menudo predica en contra de los consejos de sus compañeros de viaje. De hecho, cree que la búsqueda de la verdad es una ascesis que obliga a evitar toda lógica partidista. Por eso, en 1940, publicó una Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, que, en su opinión, representaban un obstáculo estructural para la libertad de conciencia.

Luego vino la experiencia de la fe. Nacida en una familia agnóstica, Simone Weil se acercó al cristianismo en tres ocasiones: en septiembre de 1935, en Portugal, cuando oyó cantar himnos; en 1937, en Asís (Italia), tras las huellas de San Francisco; y en 1938, cuando asistió a la Semana Santa de Solesmes y experimentó «una alegría pura y perfecta en la belleza inaudita del canto y de las palabras».

En 1941, cuando fue expulsada de la universidad a causa de las leyes raciales introducidas por el gobierno de Vichy y quiso dedicarse al trabajo agrícola, el padre Joseph-Marie Perrin, religioso dominico que la acompañaba espiritualmente, pidió a Gustave Thibon que la acogiera en su granja de la Ardèche. Así nació una extraordinaria amistad entre dos personas opuestas en todo salvo en la inteligencia, el inconformismo y la búsqueda de la verdad.

[Lee en ReL: Gustave Thibon, el poeta que descubrió en Simone Weil a su alma gemela en busca de la eternidad]

Después de la guerra, Gustave Thibon la dio a conocer al gran público con la publicación de La gravedad y la gracia. Su hermano André Weil le acusó de querer «catolizar» a Simone Weil. Pero fue ella misma quien realizó un formidable camino espiritual. En un texto entregado a su amiga judía conversa Simone Deitz antes de morir, escribió: «Creo en Dios, en la Trinidad, en la Encarnación, en la Redención, en la Eucaristía y en las enseñanzas del Evangelio«. Sin embargo, «hasta ahora nunca he pedido formalmente el bautismo a un sacerdote. Tampoco lo haré ahora». Siempre preferirá permanecer en el umbral de la Iglesia, conservando paradójicamente cierta aversión al Antiguo Testamento y al principio del dogma, que ve como una estructura de opresión.

Tras una breve estancia en Nueva York, en noviembre de 1942 se incorporó al personal de la Francia Libre en Londres, con la esperanza de llevar a cabo misiones operativas. Allí escribió su obra maestra, Echar raíces, en la que se propone repensar los fundamentos de Occidente tras la guerra, partiendo de las necesidades del alma y no de los derechos humanos, lo que la convierte en una antimoderna.

«Echar raíces es quizá la necesidad más importante y más ignorada del alma humana», afirma en este magnífico texto, que Albert Camus hizo famoso al publicarlo a título póstumo en 1949. En él desarrolla también un patriotismo compasivo, antítesis del nacionalismo, con un «sentimiento de conmovedora ternura por Francia, cosa bella, preciosa, frágil y perecedera». Pero fue víctima de privaciones y murió de extenuación pocos meses después.

De esta «anarquista-conservadora» -según la expresión de Eugénie Bastié- de temperamento desmesurado y destino deslumbrante, la vida y la obra inspiran respeto y admiración.

Traducido por Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»