Las perspectivas mundiales -no solo occidentales- por el hundimiento de la natalidad son aún peores de como las pintan. Un sorprendente libro surafricano habla de «era de decadencia», cuya única esperanza puede residir -parajódicamente, en un mundo que se despuebla por descristianizado- en un despertar cristiano.
Michael Cook habla de esta obra en Mercator:
¿Estamos entrando en una era de decadencia a medida que descienden las tasas de natalidad?
La mayoría de los países -incluso en vías de desarrollo- están entrando en una era de envejecimiento y descenso de la población. Con cada vez menos bebés y cada vez más ancianos, ¿cómo se presenta el futuro? Según Shamil Ismail, analista de inversiones surafricano, parece muy sombrío. En su libro La era de la decadencia. Cómo el envejecimiento y el hundimiento de la población pueden abocarnos al declive de la civilización, esboza escenarios ante los que nuestros políticos apartan la vista. Predice que recordaremos con nostalgia los años comprendidos entre las décadas de 1990 y 2020 como una «Edad de Oro de la Prosperidad».
Este libro «te catapulta hasta un escenario futuro que no puede ser ignorado», afirma Pali Lehohla, responsable general de estadística en Suráfrica y ex presidente de la comisión estadística de la ONU y de África.
Sus cálculos son sencillos. Si las tasas de fertilidad mundiales siguen bajando, habrá una escasez masiva de mano de obra en todas partes, excepto en el África subsahariana. Pero la infraestructura de las economías modernas depende de ejércitos de trabajadores invisibles; sin ellos, se desmorona. Olvidad los robots y la inteligencia artificial. No pueden arreglar una fuga de agua ni mantener los ascensores de los edificios altos. Si quieres ver el futuro de Japón, Corea o Italia, mira a la despoblada y ruinosa Detroit.
La pandemia del covid fue un tenue anticipo de un mundo que envejece. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de hasta qué punto nuestras sociedades dependen de trabajadores esenciales. El mundo puede sobrevivir sin abogados y floristas y profesores de francés medieval, pero no sin enfermeros, camioneros, reponedores de estanterías, cocineros de residencias de ancianos, fontaneros y basureros. Los empleos que requieren una capacidad analítica de alto nivel son importantes, pero el covid nos ha recordado que la sociedad necesita un número mínimo de esos trabajadores esenciales para funcionar.
La mayoría de las predicciones sobre un futuro de baja fecundidad se centran en la tasa de dependencia, es decir, el número de trabajadores necesarios para mantener a los niños y a los ancianos. Ismail destaca la proporción entre trabajadores y personas mayores. En 1990, en los países europeos y en los Estados Unidos y Canadá, la proporción era de aproximadamente 4 a 1. Desde entonces ha ido disminuyendo. Cuando la proporción desciende por debajo de 2 a 1, empieza a aumentar la proporción de trabajadores esenciales.
Cuando el número de trabajadores sea igual al de ancianos, se necesitará el 45% de la mano de obra en servicios esenciales para que la sociedad siga funcionando. «Es difícil recortar en infraestructuras y hay que mantener íntegras las redes de comunicación independientemente del número de personas a las que den servicio», señala. No podremos reducir muchos servicios esenciales. La innovación se ralentizará drásticamente mientras la sociedad lucha por mantener las luces encendidas. «Como resultado, el punto de inflexión crítico en el que realmente experimentaremos los efectos de una tasa de natalidad demasiado baja no será cuando la tasa de fertilidad caiga por debajo de la tasa de reemplazo de 2,1, sino que empezaremos a ver las consecuencias cuando la proporción de trabajadores por anciano caiga por debajo de 2,0«.
Shamil Ismail lleva treinta años trabajando en Suráfrica como analista de inversiones y mercados y en 2015 fundó en Ciudad del Cabo su propia empresa, PrimaResearch.
¿De dónde vamos a sacar esos trabajadores esenciales? Ismail señala que es poco probable que la Generación Z acepte el reto con entusiasmo. Les falta resiliencia y tienen demasiada formación para arreglar baches o conducir furgonetas de reparto. Esto ocurrirá en todo el mundo. Según su análisis «en 2040, siete países –Japón, Corea del Sur, España, Italia, Grecia, Portugal y Alemania– podrían tener una escasez conjunta de unos 7 millones de trabajadores. En 2050, 14 países podrían tener un déficit de mano de obra de unos 20 millones de trabajadores». La respuesta estándar a este inquietante escenario es que países como Estados Unidos, Australia o el Reino Unido abrirán sus puertas a más inmigrantes.
Aparte del trastorno social y político que esto podría provocar a corto plazo, a largo plazo esto no funcionará. Los inmigrantes cualificados no vendrán. En un mundo globalizado, «a medida que más países experimenten escasez de mano de obra, el poder de negociación pasará de esos países a los propios trabajadores inmigrantes». Mientras que ahora los países ricos están limitando los niveles de inmigración, en el futuro puede que tengan que ofrecer grandes beneficios, como una vía rápida a la ciudadanía y la reagrupación familiar, para convencer a los trabajadores de que emigren.
Puede que Estados Unidos siga pudiendo permitirse una mano de obra inmigrante cara, pero ¿qué hay de un país pequeño y pobre como Albania? Su tasa de fertilidad es inferior a la de Estados Unidos. En 2100, «los trabajadores extranjeros que necesitará Albania representarán el 16% de su población total, pero un asombroso 38% de su población base en edad de trabajar«, afirma Ismail. ¿Cómo se las arreglará? Ismail pinta un panorama desolador para después de 2050.
Se imagina a Eva, una viuda con un hijo soltero. Vive en el séptimo piso de un bloque de pisos con goteras. El ascensor no funciona porque no hay nadie que lo mantenga. Con tantas escaleras, hacer la compra se ha convertido en un calvario. En cualquier caso, las estanterías suelen estar vacías porque faltan camioneros. Las calles están llenas de baches porque la ciudad se ha quedado sin dinero. Las pequeñas tiendas han cerrado por falta de clientela. Estamos entrando, dice, en «la era de la decadencia«.
Cuando no haya mano de obra para las reparaciones esenciales (algo que ya empieza a detectarse en algunas regiones del mundo con población más envejecida), comenzará una decadencia que se traducirá inmediatamente en la vida cotidiana. Foto: Khaled Nader / Unsplash.
Esta historia tiene un lado positivo. Para África representa una oportunidad de oro. «El siglo XXII será una época apasionante para África y es muy posible que llegue a conocerse como el ‘Siglo Africano‘. Este prestigio no se materializará mediante la explotación de los abundantes recursos minerales del continente, sino por el potencial latente que encierra su vasta reserva de recursos humanos«, escribe Ismail, que es surafricano: «A diferencia de otras regiones, el gasto de los consumidores africanos podría dispararse y multiplicarse casi por cuatro a finales de siglo. Esto se debe principalmente a que la población africana aumentará de 1.300 millones en 2020 a 3.900 millones en 2100, y una gran parte de esa población estaría en edad de trabajar, el ‘punto dulce’ para el gasto de los consumidores. Esta es otra razón por la que el continente africano está llamado a desempeñar un papel tan fundamental en la economía mundial durante los próximos dos siglos».
¿Qué se puede hacer para detener esta caída en el fango del abatimiento? La terrible realidad es que nadie lo sabe. Ismail enumera los incentivos pro-natalistas que los gobiernos han puesto en marcha para aumentar las tasas de natalidad: fecundación in vitro subvencionada, baja maternal, baja paternal, congelación de óvulos, guarderías subvencionadas, teletrabajo… Ninguno de ellos ha funcionado.
Nicholas Eberstadt, uno de los principales demógrafos estadounidenses, acaba de publicar en Foreign Affairs su propio estudio sobre un mundo en proceso de despoblación. Llega más o menos a la misma conclusión: «La despoblación transformará profundamente a la humanidad, probablemente de muchas maneras que las sociedades no han empezado a considerar y que quizá aún no estén en condiciones de comprender«.
La explicación que da Eberstadt a la muerte de la natalidad es psicológica, no económica ni social: «Por primera vez en la historia, las mujeres pueden tener tantos hijos como quieran, y parece que sólo quieren uno o dos; en todo el mundo la gente es ahora consciente de la posibilidad de formas de vida muy diferentes de las que limitaban a sus padres. Ciertamente, las creencias religiosas -que generalmente fomentan el matrimonio y celebran la crianza de los hijos- parecen estar en declive en muchas regiones donde las tasas de natalidad se están desplomando. Por el contrario, la gente valora cada vez más la autonomía, la autorrealización y la comodidad. Y los niños, a pesar de las muchas alegrías que dan, son la quintaesencia de la incomodidad».
¿Contienen estas palabras el germen de una solución? Si las mujeres de todo el mundo están bebiendo el Kool-Aid de la autonomía o del «individualismo expresivo», como algunos lo llaman, ¿qué pasaría si bebieran algo con más vitaminas?
¿Y si se produjera un renacimiento religioso que restara atractivo a la falta de hijos y a las familias pequeñas? ¿Imposible?
Tal vez no. Las ideas tienen consecuencias. La falta de hijos conduce literalmente al nihilismo, a la nada. Como muestra Ismail, las consecuencias de la idea de una natalidad muy baja han sido y serán extremadamente destructivas. Si tiene razón, a medida que los Millennials y la Generación Z y sus hijos envejezcan, tendrán que aceptar niveles de vida mucho más bajos, una atención sanitaria más deficiente, cambios sociales drásticos y trabajos poco gratificantes.
Pero, ¿alguien puede imaginar que la gente aceptará vivir sola en el séptimo piso de un bloque de pisos en decadencia? Los seres humanos son ingeniosos y resistentes. No se apagarán dócilmente. En 2050, la idea de que los bebés son el último recurso será indiscutible y formará parte de la sabiduría convencional.
Mi intuición es que las generaciones venideras creerán que casarse y tener una familia numerosa son las trayectorias vitales más gratificantes. Las parejas se casarán más jóvenes. No habrá necesidad de prohibir el aborto; simplemente desaparecerá como una opción de vida aceptable. Todos los niños, todos y cada uno de ellos, serán niños deseados. La anticoncepción será tabú.
En su lugar, buscarán una filosofía de vida que apoye a las familias y a los niños. Para la mayoría de los occidentales, eso será el cristianismo.
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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