No intentemos saciar el hambre y la sed de nuestro corazón con sucedáneos, porque al corazón no se le engaña. Podemos vivir muchas cosas de piel afuera, pero que no dejen ninguna huella amable de piel adentro. En este periodo vacacional en la que estamos la mayoría de nosotros, intentamos por todos los medios pasarlo bien, dejar recuerdos imborrables en nuestra memoria y en la galería de imágenes de nuestro móvil. Buscamos lugares, actividades, experiencias, calas poco transitadas, huimos de la masificación y nos encantan los espacios exclusivos. Nos espanta tener que hacer colas para visitar lugares, todos anhelamos un trato selecto y adecuado. Y eso es precisamente lo que Jesús nos ofrece. Quiere saciar todos nuestros deseos, pero no en clave consumidora sino contemplativa. Trabajemos por hacer de cada uno de nuestros días una historia de amor. En los pequeños detalles, en la actitud de servicio. En darnos cuenta de las necesidades de quien nos rodea.
El que da pan del cielo es Jesús, el que tiene capacidad de convertir la historia en eternidad. Nuestras opciones es cumplimiento libre y consciente de hacer la voluntad de Dios. El que convierte nuestras vidas demandantes en manantial de vida que salta hasta la vida eterna. Comer el pan del cielo no es repetir un rito cada domingo en la asistencia a la misa dominical. No basta ir a misa. Comulgar es disponer todo nuestro ser mente, corazón, corporalidad, para que se identifique con la intención de Jesús. Comulgamos para llegar a ser lo mismo que recibimos. Qué agradecidos tenemos que sentirnos por la dimensión celebrativa que la Iglesia nos ofrece. En cada rincón si buscamos podemos encontrar una comunidad creyente que celebra el pan de vida y el banquete de la Palabra.
Dios no tiene vacaciones, Él sigue amando con todo su ser a toda la humanidad. Que nosotros tampoco hagamos vacaciones de lo esencial en nuestra vida. Nuestra vida que ama y se deja amar. Que acoge toda la gracia de Dios y la comparte de forma gratuita, como gratis la ha recibido.
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