Debemos aprender a ofendernos con la cabeza alta, con la segura dignidad, no de aquel que se sabe superior, sino de aquel que sabe que ama algo superior, de aquel que en mitad del dolor por la ofensa siente compasión por aquellos que le ofenden, y por eso un minuto después pide a Dios que ellos también puedan sentirse algún día tan ofendidos como él
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