Los Dominicos celebraron en 2022 el 800 aniversario de la muerte de su fundador. Considerada una de las órdenes religiosas más importantes y fecundas de la historia de la Iglesia, entre sus lemas más utilizados está: «alabar, bendecir y predicar». Máxima a la que, sin duda, habría que añadir: «inventar». O, al menos, «aportar», elementos clave a lo que hoy conocemos como civilización occidental.
El sistema político estadounidense, el lema de los Juegos Olímpicos modernos, o las propias vestimentas de los Papas, tienen, de algún modo, la patente de este gran trasatlántico llamado Orden de Predicadores. Fundados en el siglo XIII por Santo Domingo de Guzmán, para luchar contra las herejías, los dominicos, vestidos de blanco y negro, han recorrido, y recorren, el mundo llevando un modo bastante singular de transmitir el estudio y la predicación.
El Derecho Internacional de Francisco de Vitoria
En un mundo como el actual, en el que las guerras y los conflictos están a la orden del día, podría entenderse que la diplomacia resulte cada vez más necesaria. Esto mismo pensó, sobre la época que le tocó vivir, el dominico español de origen burgalés Francisco de Vitoria cuando formuló la regulación de las relaciones entre estados y particulares en un ámbito internacional, que hoy todos conocen como Derecho Internacional moderno.
Fundador de la prestigiosa Escuela de Salamanca, la obra de Francisco, nacido en 1485, giró siempre en torno a la dignidad humana, la teología y los aspectos morales de la economía. Sin embargo, serían sus aportaciones jurídicas las que lo convertirían en el gran personaje que hoy en día es. Considerado padre del Derecho Internacional moderno y principal defensor de los derechos de los indios americanos, de Vitoria creó una corriente de pensamiento teológico-jurídico que, todavía hoy, se cultiva.
Preocupado por los derechos de los más indefensos, Francisco de Vitoria participó en el asesoramiento al rey Carlos I sobre la redacción de las Leyes Nuevas de Indias, abogando por la necesidad de respetar los derechos y el buen trato hacia los indígenas. Algunas de las lecciones del fraile dominico que todavía hoy se conservan tratan sobre el homicidio, el matrimonio, la guerra justa, los conflictos originados por la incorporación de territorios americano a la Corona Española y el respeto en las relaciones con los indios.
Fray Didon y el lema de los Juegos Olímpicos
El dominico Louis Henri Didon nació en Francia en 1840 y está considerado como uno de los pioneros del movimiento deportivo internacional y de los Juegos Olímpicos modernos. A los nueve años entró en el pequeño seminario de Rondeau y, tiempo después, se hizo fraile de la Orden de Predicadores. Apasionado al deporte desde su infancia, Didon fue director de un colegio de los dominicos en París donde estableció el deporte como una de las principales prácticas educativas del curso escolar.
Amigo de Pierre de Coubertin (padre de los Juegos Olímpicos modernos), el fraile Didon se convenció gracias a este de la necesidad de integrar el deporte y las actividades formativas en las escuelas religiosas. Para ello, creó en su colegio una asociación deportiva oficial y logró que, en 1891, la escuela participara en su primer evento deportivo. Coubertin era el director de la carrera y el padre Didon hizo bordar en la bandera del colegio, blanca como el hábito dominico, el lema «Citius, Altius, Fortius» (más rápido, más alto, más fuerte), que se convertirá, en 1894, en el lema oficial de los Juegos Olímpicos.
Pero la relación entre los dos entusiastas del deporte no se detendría ahí. El padre Didon y el barón de Coubertin estuvieron juntos de nuevo en 1896 en Atenas para la celebración de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Es más, Didon organizó para la ocasión un gran viaje escolar. Defensor de los valores del deporte, el fraile dominico predijo «que los vencedores del fútbol tienen muchas posibilidades de ser los laureados y los intelectuales del mañana». Vinculado al movimiento olímpico desde sus orígenes, Didon llegó a dar un discurso ante el Congreso Olímpico de 1897 que se celebró en Le Havre.
El fraile dominico Didon era un entusiasta del deporte y amigo personal de Coubertin. En el año 1891 bordó en la bandera de su colegio el lema que hoy tienen los Juegos Olímpicos.
Los dominicos y las primeras constituciones de la historia
Cuando Filadelfia adoptó en 1787 la primera constitución de lo que, años después, se convertiría en los Estados Unidos, ya se conocía que el texto había sido inspirado por las ideas de Monstesquieu, Locke o por la carta magna inglesa de 1215. Sin embargo, lo que muchos ignoraban era la importancia de las constituciones dominicas para la democracia representativa americana. Los frailes de la Orden de Predicadores eran libres para elegir a sus superiores, así como a los delegados en el capitulo provincial y general, una separación de poderes que no pasó inadvertida para los padres fundadores.
Tal fue el reconocimiento al modo de organizarse de los dominicos, por parte de la nueva nación, que el 17 de Septiembre de 1787, los protagonistas de la carta magna firmaron dicho documento estando flanqueada a la derecha por una Biblia y a la izquierda por un libro en el que se hallaban los estatutos de los dominicos. A día de hoy, cuando un sucesor de Santo Domingo visita la Casa Blanca es tratado con honores de Jefe de Estado, en agradecimiento por haber inspirado su Constitución.
Sin embargo, esta influencia jurídica dominica no se limitó a territorio americano. Según se puede leer en la propia web de la orden, sus constituciones llegaron a ser estudiadas por el arzobispo de Canterbury, en el siglo XIII, que las tomó como modelo para la Convocatoria (Sínodo) de la Iglesia de Inglaterra. Cuando la Inglaterra de la Edad Media se esforzó en proyectar la Cámara de los Comunes como futuro Parlamento (frecuentemente llamado «madre» de todos los parlamentos), se tomó el modelo de la Convocatoria. Y así fue como las constituciones de los dominicos contribuyeron a la formación de uno de los primeros parlamentos de Europa.
Durante su firma, en Filadelfia, el 17 de septiembre de 1787, la Constitución americana estuvo flanqueada por una Biblia y por las constituciones dominicas (Foto: Wikipedia).
Los frailes «jacobinos» del convento dominico de París
Si hay una historia curiosa sobre cómo se originó el nombre de uno de los grupos más terribles de la Revolución Francesa es la siguiente. En la primavera de 1789, un puñado de representantes del Tercer Estado, en la Asamblea de los Estados Generales, empezaron a reunirse en lo que sería conocido como el «Club Bretón», un foro de debate y reflexión en torno a las quejas que tenía el pueblo y a la preparación de los debates en la Asamblea. Pronto se les unirían personajes como Mirabeau, o el sanguinario Robespierre.
Una vez formada la Asamblea Constituyente, este grupo cambió su nombre por el de «Société des Amis de la Constitution» (Sociedad de los Amigos de la Constitución) y se mudó, en octubre de 1789, a un antiguo convento dominico situado en la calle Saint-Jacques de París. Todo un símbolo para la Orden de Predicadores en Francia, gracias al cual los propios franceses se referirían a sus frailes como los «jacobinos». De los frailes «jacobinos» se iba a pasar a los «jacobinos» revolucionarios.
En el convento de la calle Santiago, fundado a principios del siglo XIII, se empezarían a reunir hasta 200 diputados de diversas tendencias y se convertiría en centro de creación de ideas y motor intelectual de las acciones emprendidas por la Revolución. Una influencia que llegaría a tener un alcance nacional gracias a las sociedades afines diseminadas por todo el país. La red creada en el convento de los frailes «jacobinos» de París llegó a tener 2000 sociedades provinciales afiliadas apenas tres años después de su creación.
La monja Stimson y el descubrimiento del ADN
En 1962, el mundo se rendía a las investigaciones de James Watson y Francis Crick, que recibían el Premio Nobel de Medicina por el que fue uno de los grandes descubrimientos del siglo XX y que supuso un avance para la ciencia: la estructura del ADN. Estos científicos consiguieron descubrir la estructura de doble hélice, modelo del ADN que conocemos en este momento. Pero esto fue posible gracias al trabajo de científicos como Miriam Michael Stimson (1913-2002), monja dominica y una de las más eminentes investigadoras y profesoras de su época.
Stimson fue la segunda mujer invitada a dar una conferencia en 1951 en la Universidad de la Sorbona de París tras Marie Curie, y desarrolló su vida entre el convento y la Siena Heigths University, donde tenía su laboratorio. Desde joven ya era un referente en su ámbito, aunque era mirada con recelo por su condición de mujer y monja. En 1945, la revista Nature publicó sus investigaciones sobre los rayos ultravioletas, sus estudios sobre cromatología y el origen de la células cancerosas. Desde entonces, sus trabajos fueron publicados con asiduidad en distintas publicaciones científicas.
El trabajo de Stimson fue clave para descubrir el ADN y para el desarrollo de tratamientos contra el cáncer. Está considerada una de las más grandes investigadoras de su época.
Sin embargo, fue en los años 50 cuando su principal descubrimiento tuvo más relevancia. La dominica utilizó bromuro de potasio para desarrollar con éxito un método químico que afirmaba la estructura de las bases de ADN y de la doble hélice misma. Su investigación contra el cáncer facilitó mucho la lucha contra este enfermedad y así se pudieron ir desarrollando técnicas como la quimioterapia. «El espíritu dominico de la búsqueda de la verdad era algo muy importante para ella, porque al llegar a conocer la verdad sabemos más acerca de Dios», dijo la hermana Sharon, compañera suya, cuando murió.
Una ciudad, ¡y hasta un país!, en honor a los dominicos
Tener un país, y su capital, nombrados en honor a la historia de tu propia orden es algo que solo los dominicos han conseguido lograr a lo largo y ancho del mundo. Cuando Bartolomé Colón, hermano de Cristobal, fundó a finales del siglo XV la primera ciudad española de América, sabía muy bien cómo debía llamarse. Un domingo de la semana, en la festividad de Santo Domingo de Guzmán, y siendo hijo de un padre llamado Domingo, fueron razones suficientes para nombrar como Santo Domingo a la capital de la que sería más tarde la República Dominicana.
La presencia de la propia orden en los orígenes del descubrimiento de América tuvo, también, mucha importancia a la hora de hacer estos nombramientos. Fue la Orden de Predicadores, precisamente, la que fundó en Santo Domingo, en 1538, la que es considerada la universidad más antigua de América. El 27 de febrero de 1844, cuando los dominicanos lograron separarse de Haití, denominaron a su nueva nación con el nombre de República Dominicana, en reconocimiento a lo padres dominicos. por su contribución a la defensa de los derechos de los indígenas y al desarrollo de la educación.El Papa Pío V decidió que seguiría vistiendo de fraile dominico durante su pontificado.
El hábito «dominico» de los papas, el Rosario y el Vía Crucis
No todos los aportes de los dominicos se circunscriben al ámbito más cultural de la sociedad, el legado en lo religioso resulta, también, realmente sorprendente. Si hay algo llamativo es descubrir cómo hasta el mismo Papa va vestido, en realidad, de fraile dominico. Fue Antonio Michele Ghislieri, elegido Pontífice en 1566, con el nombre de Pío V, el que decidió no renunciar a su hábito blanco dominico y dio comienzo, sin querer, a esta ya larga tradición. Antes de él, los papas solían vestirse como lo hacían los cardenales.
Uno de los instrumentos devocionales más utilizados por los católicos es, sin duda, el Rosario. Un método de oración que, también, guarda especial relación con los dominicos. Introducido en la Iglesia por el propio fundador de la Orden de Predicadores, cuenta la tradición, que la Virgen se le apareció a Santo Domingo y le reveló la devoción del Rosario como un arma eficaz contra los herejes. Tiempo después nacería la advocación a Nuestra Señora del Rosario, tan importante para los dominicos. Los frailes y monjas dominicas llevan en su hábito el santo Rosario atado al cinturón.
Por último, y no menos importante, entre los aportes dominicos al fomento de la fe, se encontraría el Vía Crucis. Al beato Álvaro de Córdoba, fraile dominico natural de Zamora, nacido en el siglo XIV, el paisaje de su convento cordobés le recordaba a la topografía de Jerusalén, y decidió construir diferentes oratorios proponiendo la meditación de la Pasión. Se le suele representar con el hábito dominico y sosteniendo a un mendigo. Cuenta la tradición que un día se encontró a un pobre, lo cargó y lo llevó al convento. Llamando a sus hermanos les dijo: «aquí traigo este mendigo, para que practiquemos con él la misericordia». Al destaparlo, el mendigo era una imagen de Cristo crucificado.
(Fue publicado originalmente en agosto de 2023).
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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