Desde octubre empiezan a surgir los primeros retazos de ilusión, característicos de la época navideña. En tan esperadas fechas, nuestras casas se llenan de guirnaldas, árboles, belenes y otros elementos propios de la Navidad, pero… mientras invitamos a amigos y familia, cocinamos y compramos regalos, ¿tenemos tiempo de pararnos a pensar qué representan realmente estos símbolos?
¿Cómo se inicia la tradición de colgar bolas en el árbol? ¿Qué representa dicho árbol, decorado, en los salones de nuestros hogares? ¿Y el Niño en el pesebre, la mula y el buey? Estas y más preguntas son interrogantes que a todos se nos han pasado alguna vez por la mente, pero por algún motivo, no llegamos nunca a responderlas de forma veraz y desde un punto de vista histórico.
¿Cuál es el origen de nuestros principales iconos navideños? Esta es la gran pregunta que pretendemos resolver a lo largo del presente artículo, siguiendo minuciosamente los pasos de la Historia para averiguar de dónde proceden el árbol de Navidad y el Belén, principales representaciones de las fechas más especiales y espirituales del año humano y natural.
El árbol de Navidad
La tradición del árbol de Navidad se atribuye a un santo, San Bonifacio (675-754 d. C.). Este mártir y obispo de la ciudad alemana de Maguncia fue un evangelizador de las tierras germanas. Con ocasión de su visita a Hesse, protagonizó un curioso episodio con sus habitantes que recoge San Willibaldo, contemporáneo y compañero del santo, en su biografía sobre San Bonifacio, Vitae Bonifatii.
Tras relatar las idolatrías, augurios y sacrificios paganos de parte de sus habitantes, Willibaldo narra que existía en Hesse un enorme roble sagrado, el roble de Odín (robor Iobis). San Bonifacio lo golpeó con fuerza y logró derribarlo asistido “por un soplo divino de lo alto”. Los presentes quedaron maravillados, no solo de la caída del árbol en sí, sino de que a consecuencia de ésta el tronco se partió en cuatro partes de la misma longitud. El milagroso suceso suscitó la conversión de las gentes y el bautismo de muchos de ellos.
Cuadro que representa a San Bonifacio derribando milagrosamente un árbol gigante.
Asimismo, Bonifacio, de acuerdo con su congregación, mandó levantar un oratorio en aquel lugar a partir de la madera del roble y lo dedicó a San Pedro. ¿Pudo ser este el hecho que inspiró a la tradición cristiana para la instauración del árbol de Navidad? La propuesta no parece descabellada y este testimonio podría apuntar a ello.
Sin embargo, no hay ninguna otra referencia veraz sobre el árbol de Navidad hasta el siglo XV, lo que pudiera poner en cuestión que el origen del árbol de Navidad proviniera de los hechos protagonizados por el santo. Pero es posible que la tradición se preservara mediante los dramas litúrgicos conocidos como misterios: representaciones teatrales medievales que servían para ilustrar a los creyentes, la gran mayoría analfabetos, sobre pasajes de la Biblia.
En Navidad se representaban el pecado original y la expulsión del paraíso y, como pieza central de la función, se colocaba un árbol perenne, conveniente al ser invierno, adornado con frutas de colores vivos como manzanas o granadas. Se podían incluir otros adornos; por ejemplo velas, símbolo de la luz de Cristo sobre las tinieblas. Estas representaciones eran tremendamente populares, por lo que parece ser una idea acertada que el árbol de Navidad se originara por esa costumbre.
Las primeras informaciones sobre el árbol se remontan al siglo XV en países como Estonia, Letonia, e incluso Inglaterra, aunque será en Alemania donde llegue a ser verdaderamente popular.
La tradición protestante atribuye a Lutero el origen del árbol. Sin embargo, esto resulta ser más leyenda que realidad, pues no se encuentra en sus escritos ninguna referencia a ello.
La primera evidencia que relaciona a Lutero con el árbol de Navidad es de 1845, unos trescientos años después de su muerte, cuando un grabador llamado Carl August Schwerdgeburth representó a Lutero y su familia recogidos alrededor de uno de estos árboles. Esta ilustración fue popularizada gracias a un libro para niños en donde fue recogida.
‘Lutero y su familia en la Navidad de 1536 en Wittemberg’, grabado de Carl August Schwerdgeburth.
Las decoraciones en las ramas variaban, como podemos ver en el caso del gremio de los panaderos, quienes decoraban su árbol navideño con galletas de jengibre y las vendían para que sus compradores también pudiesen decorar con ellas su propio árbol. Sin embargo, esta tradición se consolidará definitivamente en la Alemania de los siglos XVII y XVIII, cuando la nobleza introduzca en sus casas el árbol de Navidad, gracias a lo cual un siglo después, el marido de la reina Victoria, Alberto de Sajonia, lo llevará a la corte británica; de allí, a América, y de América, eventualmente, a todo el mundo.
La primera vez que aparece alguna mención al árbol de Navidad en nuestro país es en un periódico español en 1849 llamado La Época, publicado en Madrid. La noticia informa de una cena de altos cargos en Alemania y cuenta que la estancia en la que se celebraba estaba presidida por el árbol de Navidad decorado con velas y bolas.
Se considera en muchas publicaciones españolas que la introductora en España del árbol de Navidad fue la rusa Sofía Trobetzkoy, supuesta hija ilegítima de del zar Nicolás I (oficialmente hija del príncipe Serguei Vassilievitch Trobetzkoy), casada en 1869 con don José Osorio y Silva, Duque de Sesto, uno de los mayores apoyos del rey Alfonso XII. En las Navidades de 1870 lo instaló en su residencia, el palacio de Alcañices, ubicado en el solar donde más tarde se levantó el edificio del Banco de España, haciendo esquina entre el Paseo del Prado y la distinguida calle de Alcalá.
La duquesa, además, abrió un sábado su palacio a la población para que pudieran admirar este elemento. Sin embargo, esta no es la primera ocasión en la que aparece un árbol de Navidad en nuestro país: en la sección de noticias generales de (nuevamente) el periódico La Época se narra en 1863 que, en el domicilio del duque de la Torre, el general Serrano, se había celebrado una cena en una estancia donde presidía por un árbol de Navidad a cuyos pies se habían colocado regalos para las señoras.
El belén
A pesar de que el belén de Navidad tal y como lo conocemos en la actualidad es el fruto de una muy extensa evolución, podemos rastrear sus orígenes. Las primeras representaciones artísticas del nacimiento de Jesús tienen su origen en pinturas realizadas en las paredes de las catacumbas usadas como centros de reunión por los cristianos perseguidos por el imperio romano.
En la basílica de San Sebastián de las Catacumbas se puede observar la que posiblemente sea la escena más antigua conservada en la que aparecen la mula y el buey, fechada en el siglo IV.
No obstante, el iniciador por excelencia de la tradición fue San Francisco de Asís (1182-1266), según puede deducirse de hasta cinco escritos medievales muy próximos al santo: desde Tomasso de Celano, hasta otros como San Buenaventura, e incluso de una representación artística del genial pintor florentino Giotto di Bondone.
El primer belén viviente de la historia, en Greccio: fresco de Giotto en la basílica de San Francisco de Asís (c. 1295-1299).
Estas obras, prácticamente contemporáneas a San Francisco, fueron redactadas pocos años después de su muerte y relatan cómo este santo, el día de Navidad del año 1223, quiso honrar la memoria de Nuestro Señor. Para ello, dispuso que se celebrara la misa de manera que los presentes, en cierto modo, revivieran lo que el Mesías padeció en su nacimiento, agradeciéndole la salvación que nos brindó, dando lugar al primer belén viviente del que se tiene constancia.
Acorde con las crónicas medievales y con el célebre Giotto, el pesebre ya estaba presente. No obstante, cuando empezamos a comparar las diversas biografías de San Francisco entre sí, ya encontramos las primeras diferencias. Por ejemplo, en la Vida primera de San Francisco aparece el heno, un buey y un asno, lo que se repite en el Espejo de Perfección o Leyenda mayor de San Francisco. Sin embargo, en la Vida segunda de San Francisco se describe un saliente de roca empleado para ambientar la escena.
Esta costumbre de imitar el momento del nacimiento de Jesús fue continuada por Santa Clara en los monasterios franciscanos, aunque en lugar de emplear actores recurrió a figuras de cartón en tamaño natural, policromadas y de carácter realista. En el siglo XIV se organizó un pequeño belén en la iglesia de Santa Clara de Nápoles, con figurillas de cera que en el siglo XV fueron sustituidas por piezas de barro.
A partir del Concilio de Trento (1545-1563), se fomenta la celebración de la Navidad en Europa con el uso de belenes en los templos para llegar al pueblo, una tarea en la que se involucraron escultores y artesanos que crearon representaciones plásticas del propio arte popular.
El belén llega a España por influencia italiana, concretamente, de la mano de las órdenes franciscana y clarisa, quienes crean una serie de belenes inspirados en los típicos napolitanos. Los virreyes españoles y parte de la alta aristocracia española residente en Nápoles fueron los primeros en poseer estos montajes navideños y los traían consigo a sus viajes a España a imitación de las familias de la aristocracia napolitana. Una de las representaciones más antiguas que se conservan es el llamado Belén de Jesús, que data del siglo XV y se encuentra en Palma de Mallorca, perteneciente a la familia de los Alamanno, proveniente de Nápoles.
Belén de Jesús (1480), atribuido a Pietro y Giovanni Alemanno, en madera policromada, que se conserva en la Iglesia de la Anunciación-Hospital de la Sangre de Palma de Mallorca.
No obstante, quien introdujo de manera definitiva la tradición belenística en nuestro país fueron Carlos III y su mujer, María Amalia de Sajonia. Cuando el monarca llegó a España a ocupar el trono, trajo consigo esta tradición tan característica de la ciudad de Nápoles, capital del reino del que fue rey antes de serlo de España, e instaló en el Palacio del Buen Retiro un gran nacimiento napolitano del que se conservan 89 figurillas en el Palacio Real.
Belén napolitano ‘del Príncipe’, en el Palacio Real de Madrid.
Más adelante fue ampliado con el encargo de doscientas figurillas más a los escultores José Esteve Bonet y José Ginés Marín, formando así el denominado Belén del Príncipe, nombre que se debe a que el encargo fue hecho en honor al hijo de Carlos III, Carlos IV. Este Belén del Príncipe tuvo una gran acogida dentro de la nobleza española, que rápidamente asumió esa tradición al igual que hicieron las clases populares
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De esta forma ambos símbolos, acompañados de otros muchos, han perdurado hasta nuestros días. El árbol nos llega en el siglo XIX de Centroeuropa, pero el belén ya había aparecido en nuestro país en el XVI proveniente de Nápoles. Este año, como otros muchos, podremos seguir disfrutando de estas tradiciones comprendiendo mejor su procedencia e historia.
*El Grupo Natividad-CEU es un grupo de investigación sobre el origen de la Navidad formado por profesores y alumnos de Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo. Autores: Hipólito Sanchiz, Jimena Abáigar, Leyre Vicioso, Isabel Cendoya, María Marcos, Rodrigo López, Irene Rodríguez y Nuria Ríos // Colaboradores: Víctor Moreno, Ignacio Lostao, David Fernández, Asier Ordóñez, Marta Marcos y Luz Palacios.
Este artículo se publicó originalmente en el primer número de La Antorcha, la revista gratuita impulsada por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) para ofrecer una mirada cristiana para iluminar la realidad.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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