La recepción de Fiducia supplicans en la Iglesia continúa siendo un goteo de opiniones contrapuestas. Dos de las más esperadas llegaron en las últimas horas. Son dos prelados muy distintos, pero ambos muy presentes en los medios y una referencia para la opinión pública católica en todo el mundo.
Por un lado, el cardenal Gerhard Müller, prefecto emérito del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, de donde ha salido la declaración sobre las bendiciones a parejas en situación irregular o del mismo sexo. Por otro, el obispo de Winona-Rochester (Estados Unidos), Robert Barron, uno de los más activos en la evangelización de los medios.
Intuición pastoral
A través de X (Twitter), Barron se ha pronunciado de forma muy similar a la conferencia episcopal estadounidense:
–Fiducia supplicans «admite la posibilidad de bendecir a quienes viven en situación irregular o del mismo sexo»;
-el documento «en modo alguno legitima las uniones irregulares ni cambia la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la sexualidad»;
-en consecuencia, «no se puede impartir bendición alguna a quienes viven en esas uniones, pero sí una bendición pastoral informal; esta bendición es una llamada a la divina gracia para que ayude a quienes la reciben a vivir más plenamente de acuerdo con la voluntad de Dios y a potenciar todo lo que hay de bueno, verdadero y bueno en sus vidas».
«Creo», concluye Barron, «que la declaración es muy coherente con la intuición pastoral del Papa Francisco, que quiere siempre recordarle a quienes viven su vida cristiana en una forma menos perfecta, que pese a todo son amados y apreciados por Dios».
¿Quién pudo debatir el documento y quién no?
El cardenal Müller cuestiona la idea de que, como las bendiciones autorizadas son solo «espontáneas», «informales», «pastorales» o «no litúrgicas», el documento es doctrinalmente impecable.
El prefecto emérito de la entonces Congregación (hoy Dicasterio) para la Doctrina de la Fe ha difundido en varios idiomas, a través de sendos medios (en español, Infovaticana) un comentario al texto de su sucesor, el cardenal Víctor Fernández, con una valoración muy distinta a la de Barron.
Müller comienza precisando el periplo del propio documento. Donde Tucho decía que «el borrador se debatió en el Congreso de la Sección Doctrinal del Dicasterio», Müller recuerda que «la asamblea general de cardenales y obispos de este Dicasterio no discutió ni aprobó» el texto, siendo así que una declaración es el rango máximo de los pronunciamientos del Dicasterio, y la última se remonta al año 2000 (la Dominus Iesus sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia).
Nuevo concepto de «bendición»
El meollo de la crítica de Müller reside justo en la ilegitimidad de las bendiciones aprobadas, aunque sean «pastorales», «espontáneas», «informales» o «no litúrgicas».
El documento «reconoce que la hipótesis (¿o enseñanza?) que propone es completamente nueva, y que se basa sobre todo en el magisterio pastoral del Papa Francisco», sin que pueda encontrar apoyo en «textos bíblicos o textos de los padres o doctores de la iglesia ni documentos anteriores del Magisterio».
Es un «salto doctrinal«, tan flagrante que «el último pronunciamiento magisterial sobre este tema lo dio la misma Congregación para la Doctrina de la Fe en marzo de 2021, hace menos de tres años, negando categóricamente la posibilidad de bendecir estas uniones».
Para poder aceptar ahora «la bendición de situaciones que son contrarias al Evangelio, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe propone una solución original: ampliar el concepto de bendición… Es decir, es necesario un nuevo concepto de bendición, que llegue más allá de los sacramentos, para poder acompañar también el camino de quien vive en pecado».
Pero Müller recuerda que la Iglesia ya hacía eso y no hacía falta un nuevo tipo de bendición para ello. La diferencia es que ahora no se trata solo de bendecir a quien vive en pecado, sino de «bendecir circunstancias, como una relación estable entre personas del mismo sexo, que contradicen la norma y el espíritu del Evangelio».
Habría entonces ahora tres tipos de bendiciones:
-oraciones ligadas a sacramentos, «que piden que la persona esté en gracia para recibirlas, o que se quiera apartar del pecado»;
-bendiciones «como las que recoge el Ritual Romano y como las ha entendido siempre la doctrina católica, que se pueden dirigir a personas, incluso cuando viven en pecado, pero no a ‘cosas, lugares o circunstancias contrarias a la norma o al espíritu del evangelio‘”, como especifica la propia Fiducia supplicans;
-y, por último, «las nuevas bendiciones» que propone el documento, que «serían bendiciones pastorales, no litúrgicas ni rituales», que por tanto «podrían aplicarse… también a cosas, lugares o circunstancias contrarias al Evangelio«.
Arbitrariedad, confusión, engaño
«¿Qué decir de esta nueva categoría de bendiciones?», se pregunta Müller. Formula varias críticas.
Por ejemplo, que «es siempre arriesgado inventar nuevos términos contrarios al uso corriente del lenguaje. Pues este modo de proceder da lugar a ejercicios arbitrarios del poder. En nuestro caso, la bendición tiene una objetividad propia, y no puede ser redefinida para que se amolde a una intención subjetiva contraria a la esencia de una bendición, pues se caería en la arbitrariedad».
También, que el «objeto» de esta bendición pastoral no son solo las «personas pecadoras», que siempre han podido ser bendecidas, «sino que, al bendecirse a la pareja, se bendice a la relación pecaminosa en sí misma. Ahora bien, Dios no puede enviar su gracia sobre una relación que se opone directamente a Él, y que no puede ordenarse en un camino hacia Él… Por eso, aun cuando se realizara esta bendición, su único efecto sería confundir a las personas que la reciben o que asisten a la bendición, que pensarían que Dios ha bendecido lo que Él no puede bendecir».
El cardenal Fernández quiso precisar que no se autoriza bendecir la unión, sino la pareja, pero «esto es jugar con los conceptos«, subraya Müller, «pues la pareja se define precisamente por su unión«.
Por último, sobre el carácter supuestamente privado de las bendiciones impartidas por el sacerdote, el prefecto emérito de Doctrina de la Fe señala que, «en cuanto que el sacerdote obra en nombre de Cristo y de la Iglesia, pretender separar esta bendición de la doctrina es postular un dualismo entre lo que la Iglesia hace y lo que la Iglesia dice»: «Pero la revelación… se da con signos y palabras intrínsecamente unidos entre sí, y la predicación de la Iglesia no puede tampoco separar signos y palabras. Precisamente la gente sencilla, a la que el documento quiere favorecer fomentando la piedad popular, es la más vulnerable a ser engañada por un signo que contradice la doctrina, pues capta intuitivamente el contenido doctrinal del signo».
Dilema para el sacerdote, obligación para el obispo
¿Puede entonces un sacerdote «aceptar bendecir estas uniones»? «Lo podría hacer, según Fiducia supplicans«, explica Müller, «con una bendición pastoral, no litúrgica ni oficial. Esto significaría que el sacerdote tendría que dar estas bendiciones sin actuar en nombre de Cristo y de la Iglesia. Pero esto implicaría no actuar como sacerdote. De hecho, estas bendiciones tendría que hacerlas, no como sacerdote de Cristo, sino como quien ha renegado de Cristo. Pues el sacerdote que bendice estas uniones está presentándoles, con sus gestos, como un camino hacia el Creador. Por tanto, comete un acto sacrílego y blasfemo contra el designio del Creador y contra la muerte de Cristo por nosotros para llevar a plenitud el designio del Creador».
«Esto implica también al obispo diocesano«, advierte Müller: «Éste, como pastor de su Iglesia local, está obligado a impedir que estos actos sacrílegos sucedan, o se haría él partícipe de ellos y renegaría del mandato que le dio Cristo de confirmar en la fe a sus hermanos».
«Los sacerdotes», concluye el cardenal alemán, «deben proclamar el amor y la bondad de Dios a todas las personas y también apoyar con consejos y oraciones a los pecadores y a los débiles que tienen dificultades para convertirse. Esto es muy distinto que señalarles con signos y palabras autoinventados pero engañosos que Dios no es tan exigente con el pecado, ocultando así que el pecado de pensamiento, palabra y obra nos aleja de Dios».
Pincha aquí para leer el texto completo del prefecto emérito de la Doctrina de la Fe.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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