12/10/2024

El gran peligro es dormirse

No sé si alguna vez piensas detenidamente en esos miedos que viven contigo. Se lo pregunto a los novios que se van a casar, ¿de qué tenéis miedo? El miedo mayor siempre tiene que ver con el dolor, con la muerte, con esa cosas que al corazón humano en el fondo le parecen incomprensibles, porque si uno ama, ama para siempre, entonces, ¿a qué viene la muerte? Pero es así, la muerte estropea los anhelos profundos del alma. Mi miedo mayor es a la costumbre, al automatismo, a vivir sin conciencia de estar viviendo, a ser cristiano dando por hecho el milagro de un Dios tan cercano. Eso, tengo miedo a dar por hecho.

Los seres humanos tenemos tendencia a bajar los brazos conforme pasa el tiempo. Lo dice muy bien el Señor en el Fausto de Goethe, “el hombre es demasiado propenso a adormecerse; se entrega pronto a un descanso sin estorbos; por eso es bueno darle un compañero que lo estimule y lo active“. Es verdad, nos adormecemos como niños que no han parado de jugar durante el día. No creo que los fariseos fueran todos una raza de tipos malos, hipócritas y trepas desde el kilómetro cero. Sencillamente se habituaron a vivir en el limbo de la comodidad. Se quedaron con las costumbres de los mayores para evitar comprometer de por vida su corazón.

Es fácil que te lleven en volandas por la vida. Por ejemplo, el sacerdote que celebra su misa mirando el reloj, pensando que cada vez tarda más en la homilía y que debería abreviar, o que han llegado menos feligreses de lo que esperaba. Es decir, distraído y reticente a entrar con los dos pies en el misterio diario. O el matrimonio joven que se dedica a poner sobre el tapete diario de la conversación sólo las rutinas cotidianas, lo que harán, quien llamará a los abuelos para que cuiden de los hijos, los horarios de las comidas… Y todo ello sucede mientras descuidan su vínculo, porque siempre están cansados, y prefieren echar algo de la noche viendo una serie.

El Señor reprocha al ser humano su posición de durmiente. Porque quien duerme no está atento, ha perdido el amor primero, y de su desidia nacen todas las impurezas del corazón. Las telarañas van construyendo los malos pensamientos, los juicios contra el prójimo, las decisiones erróneas. No creas que el mal nace propiamente de una estructura natural viciada de raíz, sino de una desidia cotidiana. Llámalo como quieras, banalidad del mal, inconsciencia… Por eso el Señor llama a estar en vela. El Papa Francisco dice una cosa muy interesante al respecto, “el Señor no sólo nos quiere despiertos, sino creativos”. El estado de vigilia no produce por sí mismo el bien. A Picasso no le nacían las obras por haber dormido bien, sino porque no para de hacer, emborronar, trabajar…

Lo que nace de dentro hace impuro al hombre. Piensa por un momento en toda esa retahíla final de desviaciones que salieron de los labios del Señor y que recoge el Evangelio de este domingo. Adivina cuánta de esa toxicidad fabricas tú. Es importante poner nombre a las consecuencias de nuestro estado de dormición general, para poner remedio, para dejar que el alma vuelva a ser la morada de Dios con cada uno.