El doctor Dominique Megglé es psiquiatra, especialista en hipnosis ericksoniana, y autor de numerosas obras de psicología, entre ella Les thérapies brèves (Le Germe, 2011). En una entrevista de Christophe Geffroy publicada en La Nef habla se extiende sobre el concepto de «terapeuta cristiano»: dicho de otro modo, ¿hay un modo cristiano de ser terapeuta en psicología?
El doctor Dominique Megglé, de 64 años, es francés nacido en Casablanca (hoy Marruecos), está casado y tiene 7 hijos y 6 nietos. Su currículum incluye abundantes méritos profesionales y reconocimentos públicos, además de varios libros convertidos en bestseller.
-En el ámbito de la psicología, ¿tiene sentido la idea de «terapeuta cristiano»? O, dicho de otro modo, el hecho de ser cristiano ¿proporciona un punto de vista concreto a la práctica de la psicología o la psiquiatría?
-En griego, «terapia» es el cuidado, es decir, todas las técnicas que alivian y, si es posible, que curan. Eran los médicos quienes, al haber estudiado la naturaleza y guiados por el Juramento de Hipócrates, se ocupaban de curar. Los cristianos de los primeros siglos eran llamados «terapeutas» porque el mensaje de amor de Jesucristo que ellos transmitían aliviaba a las gentes de bien de sus miserias físicas y mentales. Al convertirlos, les proporcionaban felicidad. Aliviaban los corazones y los cuerpos. En este sentido, podemos hablar de «terapia cristiana» por medio de la conversión. La psicología moderna retoma el sentido primigenio de «terapia», el de los griegos. Se trata, por tanto, de técnicas que sanan la naturaleza humana. Pío XII describía al médico como «ministro de Dios sobre la naturaleza». No le pedía intervenir a nivel religioso, hacer de sacerdote. En este sentido, no puede haber ni terapia ni terapeuta cristiano.
»Sin embargo, cuando un médico cura el psiquismo, su concepción de la naturaleza humana tiene un papel fundamental en los cuidados que proporciona. Si cree que no hay naturaleza humana, que el hombre está totalmente condicionado por sus pulsiones, que no es inmortal y que su único objetivo razonable no puede ser otro más que gozar de los sucesivos placeres mientras viva, no llevará a cabo su terapia de la misma manera que el médico que cree que existe una ley natural, que el hombre es libre -aunque se trate de una libertad obstaculizada-, que puede dominar sus pulsiones y, por consiguiente, cambiar, que está en constante transformación y que está destinado a una felicidad eterna en Dios. El primero ve en el hombre a un mamífero superior; el segundo ve a una persona. El primero cree que la vida y el sufrimiento no tienen sentido; para el segundo, sí lo tienen. El resultado será que la visión pesimista del primero afectará a sus resultados terapéuticos en comparación con el segundo. ¿Cómo dar esperanza a un deprimido si pensamos que la vida es absurda?
»Por todas estas razones, las nociones de terapia cristiana y de terapeuta cristiano tienen un sentido. El hecho de ser cristiano aporta un enfoque muy eficaz a la práctica de la psicología y la psiquiatría. Un enfoque, es decir, una inspiración subyacente y una orientación estratégica. En cambio, el hecho de ser cristiano no aporta nada a la materialidad de las técnicas terapéuticas utilizadas: estas son únicamente competencia de la ciencia. En resumen: no nos presentamos como «terapeutas cristianos». Si uno es malo a nivel técnico, ¡seguirá siendo malo aunque sea cristiano! Es mejor que el cristiano que desee iniciar una terapia se dirija a un buen terapeuta no creyente, que a uno malo que se presenta como cristiano. He conocido a algunos maravillosos, llenos de humanidad y dedicación, hombres de buena voluntad.
-¿Qué actitud le parece que es indispensable en un terapeuta en el ejercicio de su profesión?
-La amabilidad. Los estudios científicos han demostrado que sólo el 15% de la eficacia de las terapias descansa en las técnicas específicas; el 85% descansa en factores llamados no específicos: bondad y honestidad del terapeuta, motivación del paciente.
»La amabilidad es considerar a la persona que pide la consulta como única, tan única como sus huellas digitales; es decirnos a nosotros mismos que, por muy extraño que nos parezca su comportamiento, seguramente tiene buenos motivos para actuar así; asegurarnos que tiene, en su interior, los recursos para avanzar y que, dado que los ignora, es nuestro trabajo ayudarla a descubrirlos; y, con este fin, debemos unirnos a esta persona en su sufrimiento para que se sienta comprendida de verdad. Así, cuando esta persona se diga a sí misma: «Este tipo me ha comprendido», de golpe, no se sentirá sola, su sufrimiento empezará a aliviarse y estará dispuesta a colaborar.
-Actualmente, debido a la disminución en la práctica, las personas ya no confían en los sacerdotes, sino en su psicólogo o psiquiatra: los segundos han reemplazado a los primeros. ¿Ejercen la misma función con las personas?
-Es innegable que hemos reemplazado a los sacerdotes. Ciertamente, a menudo, los sacerdotes no están preparados, o lo están poco, ante los problemas psicológicos; pero, sobre todo, no es su vocación y nuestra función no es la misma. Conmigo, el paciente no viene a encontrarse con el hombre de Dios, sino con el técnico del psiquismo, con la persona que volverá a enderezar su cerebro. Conmigo nunca acabará de rodillas con un Ego te absolvo.
-Como psiquiatra, ¿cómo establece usted la distinción entre problemas espirituales y psicológicos? ¿Hay sacerdotes que le han enviado pacientes? Y, a la inversa, ¿ha enviado usted a pacientes a ver a un sacerdote?
-A menudo, hay sacerdotes que me envían pacientes, laicos, seminaristas u otros sacerdotes. A veces son los propios sacerdotes los que vienen a mi consulta. La patología psiquiátrica más común entre los sacerdotes es el burn out [agotamiento], como sucede en Orange o en otras grandes empresas, y como sucede actualmente en todas partes cuando tenemos la suerte de trabajar. La gente está estresada, agotada. Sería necesario que estos sacerdotes rezaran más, acogieran más a menudo a su grey y tuvieran menos reuniones, concelebraran menos y, sobre todo, que se sintieran más rodeados de afecto. Volverían a recuperar su vocación. ¡Qué vuelvan a leer a Dom Chautard!
Jean-Baptiste Chautard (1858-1935) fue un monje trapense autor de un libro de espiritualidad ya clasico, ‘El alma de todo apostolado‘, un libro de 1907 en torno a la idea de que el apostolado es imposible sin la oración y la vida interior.
»Los rectores de seminarios y los maestros de novicios a menudo se desesperan con sus jóvenes, producto de una sociedad desorientada y a quienes faltan puntos de referencia. Como en el siglo V, cuando San Benito escribió su Regla en un mundo romano en decadencia: en el capítulo IV pide a sus monjes «no matar». A monjes, que deberían estar en el camino de la santificación, ¡les pide que no maten! Aún no estamos a este nivel con nuestros jóvenes.
»¿Si envío a pacientes para que hablen con un sacerdote? Claro. El duelo, los conflictos de conciencia morales y religiosos… Sí, envío a personas que creo que necesiten una ayuda más elevada que mi pequeña psicología y que pueda sanar la suya.
»Termino con la primera parte de su pregunta. Como psiquiatra, no tengo los elementos para distinguir entre problemas psicológicos y espirituales. No existen criterios. Admito que se habla de «problemas psicológicos». Cuando usted tiene un problema, tiene que resolverlo. Es lo que nosotros intentamos hacer. Pero un problema es algo que concierne a la matemática, la física, la ciencia o la técnica, lo que usted quiera. Tiene que encontrar una explicación lógica rigurosa que lo explique y lo resuelva.
»Pero, ¿cómo hablar de un «problema espiritual»? ¿Cómo hablar de «problema» cuando se trata del Mal? ¿Acaso es un «problema» que ese joven de veinte años haya muerto fulminado por un infarto en un partido de tenis, o que esa mujer de cincuenta años haya muerto de un cáncer de pulmón dejando a cinco hijos, o que ese anciano muera de Alzheimer sin reconocer a sus hijos? ¿Puede usted resolver esto? ¿Tiene usted una explicación? No. Estos no son «problemas», sino un misterio, el del Mal. Debemos inclinar la cabeza, aceptar y entrar en el misterio. Es a lo que nos invita Nuestro Señor, en la Cruz, como única actitud inteligente y fructífera.
»Los planos espiritual y psicológico no están al mismo nivel. Cuando tenemos un problema psíquico o físico, por un lado tenemos que intentar resolverlo con un técnico, un terapeuta y, por el otro, por medio de la oración, tenemos que intentar aceptarlo y discernir qué quiere Dios para nosotros y ofrecérselo. Cuando veo a un paciente le ayudo a solucionar su problema, pero veo también a un hombre por el que Jesús derramó Su Sangre, y a Jesús sufriendo en este hombre. Este es el motivo por el que rezo por mis pacientes.
-¿Dónde se sitúa el problema de la posesión diabólica y la distinción entre el papel del exorcista y el del psicólogo?
-No le corresponde al psiquiatra plantearse la cuestión de una probable posesión diabólica. Dicho esto, si es cristiano, sabe que la posesión siempre es posible sobre todo porque el demonio, ejercitando la imaginación, puede fingir todos los escenarios de la patología mental; sin embargo, la mayoría de ellos tienen una causa natural. No obstante, sucede que con ciertos pacientes tengo la firme suposición de que el diablo está presente. Creo que esta percepción ocasional viene de mi confirmación. En estos casos aconsejo consultar al exorcista diocesano para saber qué piensa. Pero, ¡nunca le digo a la persona que está poseída o infestada! No soy competente en materia.
-Nuestras sociedades modernas deconstruyen sistemáticamente toda la antropología tradicional de nuestra civilización, hasta el punto de que incluso los conceptos de hombre y mujer ya no están claros (ideología de género). ¿Qué impacto tiene todo esto en términos psicológicos sobre la población?
-Actualmente, ya nadie sabe lo qué es ser hombre o ser mujer. Hay una des-diferenciación de los roles correspondientes. Las mujeres, «liberadas» por la anticoncepción, ya no tienen ningún límite. Algunas son presa de una ambición profesional desenfrenada, la misma que antes reprochaban a los hombres. Antes de los 60 años, la aplastante mayoría de los divorcios los solicitan las mujeres. Esta des-diferenciación e inestabilidad de los hogares son causa de un enorme sufrimiento psíquico, tanto para los adultos como para los niños (depresión, problemas de ansiedad). Los hombres tienen miedo de las mujeres de un modo nuevo. Lo vemos en especial en la evolución de la histeria, que es una patología del deseo. La histeria se ha agravado y los hombres adoptan, hoy en día, los comportamientos histéricos que tenían las mujeres hace un siglo, cuando eran el sexo oprimido. Los profesionales están perplejos.
James Dean, borracho, monta un número en comisaría en ‘Rebelde sin causa’ (1955), de Nicholas Ray.
-Nuestra sociedad incita enormemente a considerar el propio interés más que el interés del otro, y la literatura psicológica muestra que cada vez más tenemos que afrontar fenómenos de perversión, hasta llegar a los «perversos narcisistas». En su opinión, ¿a qué se debe esta evolución y que se puede hacer para frenarla?
-Esta sociedad individualista y con deseos sin límite favorece la aparición y la multiplicación de perversos. Se utiliza al otro para el propio gozo narcisista y cuando ya lo hemos estrujado del todo, lo hemos consumido y agotado, lo tiramos. Al otro sólo le quedan los ojos para llorar. Lo vemos en las empresas y en las relaciones hombre-mujer. Es el resultado del mayo del 68. Al término psicologizante y tan vulgarizado de «perversos narcisistas», prefiero el término antiguo, más simple, de «persona cruel». Queda todo más claro. Un perverso narcisista no es más que una persona cruel. Entonces, en definitiva, lo que usted me pregunta es cómo frenar la maldad en el mundo… Pregúntele a Jesús. Hay un sólo camino: hacer avanzar el amor. Es el Evangelio.
-¿Hay un vínculo entre problemas como la depresión o la ansiedad y el mal uso de la libertad? La libertad, ¿puede ser un peligro?
-Todo lo que acabamos de decir lo demuestra. Es debido a un mal uso de nuestra libertad por lo que esta sociedad ha pasado a ser una sociedad individualista, desenfrenada, productora de personas crueles a diestro y siniestro, una sociedad que destroza cada vez más hogares, que acosa a las personas en los lugares de trabajo. Todo esto es el resultado de múltiples actos personales, libres, inmorales. Pero esto va más allá.
»Como usted bien sabe, existe una psiquiatría veterinaria. Los caballos y los perros pueden tener depresiones. Tienen un psiquismo (memoria, imaginación, inteligencia estimativa), que puede sufrir antes ciertas experiencias dolorosas, de su educación o de su biología. Los humanos tienen este mismo tipo de sufrimiento, pero tienen, además, otra forma de sufrimiento psíquico que los animales no tienen. Son todos los desórdenes provocados en ellos por las perturbaciones de la conciencia moral. Nunca hemos visto a un perro teniendo que responder de sus actos de justicia, como los nazis en Nuremberg. Recuerdo un hombre que tuvo una severa depresión tras haber sido condenado injustamente a prisión, pero con libertad condicional: había sido acusado falsamente por su ex mujer de haber abusado de su hija y el tribunal había dado la razón a la mentirosa.
»Lo que peor soporta el ser humano es la mala conciencia. Un solo ejemplo. Una mujer de 40 años vino a mi consulta porque sufría de depresión. Su vida era un fracaso. Desde hacía quince años tenía relaciones sentimentales que no llevaban a ninguna parte, empezaba cursos de formación profesional que nunca acababa. Me pregunté si no tendría un problema de conciencia y le planteé la pregunta: «¿No será que en su vida usted hizo en una ocasión algo malo, verdaderamente malo?». Tras negarlo inicialmente, se echó las manos a la cabeza y empezó a llorar. Cuando tenía 25 años, había sido estudiante de enfermería (su primera formación). El día de su evaluación tenía que pinchar a un enfermo. Entre la sala de curas y la habitación del paciente se dio cuenta de que se había equivocado de medicación inyectable. A pesar de todo pinchó al paciente para no tener una mala nota en su evaluación. Y, de nuevo, quince días después, volvió a hacerlo y pinchó deliberadamente a un enfermo con la medicación equivocada. Su conciencia la había juzgado: era una mujer mala, ya no era fiable ante sus propios ojos. Abandonó sus estudios de enfermería y, a partir de entonces, su conciencia la perseguía.
»Entonces, sí, claro que sí, la libertad puede ser peligrosa para nuestra salud psíquica cuando la utilizamos para el mal; y, evidentemente, es beneficiosa cuando la utilizamos para el bien. ¿Sabe una cosa? Tengo la fórmula de la felicidad.
-¿Cómo que tiene usted la fórmula de la felicidad?
-Sí, se resume en dos palabras: gracias y perdón. Una persona capaz de gratitud, que se da cuenta de todo lo que ha recibido desde su nacimiento, y de lo que recibe diariamente de Dios y de los otros, y que lo expresa con frecuencia, tendrá el corazón lleno de alegría. Estará bien.
»En lo que respecta al perdón, no es una pizarra mágica gracias a la cual borramos el mal que nos han hecho y que, así, ya no existiría. No, es condonar las ofensas. Cuando alguien nos hace daño, nos coge algo que nos pertenece (dinero, reputación, etc.), se convierte en nuestro deudor y nosotros en su acreedor, hasta que él nos devuelva lo que nos ha quitado: es la justicia. Pero nosotros podemos decidir condonarle la deuda, la ofensa: es el perdón. ¿Por qué perdonar? Porque la mayor parte de nuestros deudores no nos devolverán jamás lo que nos han cogido. Entonces, es inútil torturarnos persiguiendo una justicia ilusoria. Mientras nosotros no perdonemos le daremos vueltas y vueltas a nuestro crédito, seremos presa de un resentimiento que puede hacernos enfermar. Resentidos, nuestra mente no podrá dejar de pensar en la persona que nos ha ofendido, en el deudor, seremos sus esclavos y los papeles se habrán invertido injustamente. Al perdonarle, rompemos la cadena que nos mantiene esclavizados, somos liberados y nos sentimos aliviados. Claro está, humanamente hablando no todo se puede perdonar. A los cristianos que sufren porque no creen que puedan perdonar el mal que les han causado, les aconsejo que lo depositen en el Corazón abierto de Jesús en la Cruz, y de no ocuparse más de ese mal. Aunque su psiquismo mantenga la impresión de no haber perdonado, en realidad, con la fe, han perdonado porque Jesús ha cogido en brazos su horror y ha perdonado en su nombre. De esta manera empieza, para ellos, el camino de un apaciguamiento cada vez mayor.
»Muchas gracias, querido amigo, por haber dejado que me expresara para sus lectores y pido perdón por haberme extendido tanto.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
Publicado en ReL el 18 de septiembre de 2018.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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