EN DEFENSA DE LA COCINA, DE LAS FALDAS Y DE LA CIVILIZACIÓN (O POR QUÉ FREÍR UN HUEVO ES MÁS REVOLUCIONARIO QUE ESCRIBIR UN LIBRO SOBRE LIDERAZGO FEMENINO)
“Una mujer santa basta para sostener una casa, y una casa santa basta para sostener un pueblo.”
— Santa Teresa de Jesús
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DEDICADO
A todas las mujeres que han sostenido el mundo sin figurar en ningún currículum.
A las que callan, sirven, rezan y aman con heroísmo cotidiano.
Y a las que lo han olvidado… para que vuelvan.
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HAY MUJERES QUE HOY rezan el rosario, comulgan en latín, leen a San Luis María y aún así creen que cocinar es perder el tiempo. Mujeres que aplauden el dogma de la Asunción, pero se escandalizan si uno sugiere que deberían volver a usar falda. Mujeres que proclaman a la Virgen como Reina… pero que consideran humillante tender la ropa, lavar el piso o hacer pan con sus propias manos.
Así están las cosas: las católicas “formadas” ya no quieren formar a nadie. Ni almas, ni hijos, ni pasteles.
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I. LA MODERNIDAD NO EMPEZÓ EN LAS UNIVERSIDADES, SINO EN LA COCINA VACÍA
La Revolución no llegó con fusiles, sino con microondas. El día en que la madre dejó de servir la comida, y comenzó a pedirla por teléfono, comenzó el derrumbe de Occidente.
“La desintegración de la familia no comenzó en los tribunales, sino en la mesa mal servida.” —Jean Ousset
Hoy todo el mundo llora por la crisis de vocaciones, por la corrupción política, por la degeneración moral. Pero nadie se atreve a decir lo evidente: la caída empezó cuando la mujer dejó el hogar para “realizarse” en tareas que ningún hombre con sentido común hubiera envidiado.
Y así, mientras ellas redactaban políticas institucionales sobre igualdad de género desde un cubículo sin ventanas, sus hijos aprendían a pensar con TikTok, y sus esposos se hacían expertos en recalentar lo que quedaba de su matrimonio.
Porque sí, el alma también se enfría cuando se sirve en platos desechables.
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II. EL EGO ILUSTRADO CON VELO Y BLAZER
Una generación de mujeres se ha convencido de que ser ama de casa es algo que se “tolera” cuando no hay otra opción. Y han hecho de su currículum su biografía espiritual. Ya no dicen “soy madre”, sino “soy abogada y además tengo hijos”. Ya no dicen “soy esposa”, sino “soy consultora con especialidad en conciliación hogar-trabajo”.
“Hay más vocación en una madre que canta que en diez activistas que gritan.” —Rafael Gambra
La verdad es esta: se han convertido en hombres mediocres, sin dejar de ser mujeres frustradas.
Van a misa, sí, pero no oyen la música del hogar. Hablan de castidad, pero no tienen idea del pudor. Rezan novenas, pero no saben coser un botón. Admiran a Santa Mónica, pero les parece un desperdicio quedarse en casa cuidando a un hijo que —¡horror!— aún no sabe leer a Santo Tomás.
Y mientras sus abuelas, con menos estudios, criaban santos, estas nuevas iluminadas apenas logran criar adultos funcionales.
“La mujer moderna quiere hacer todo lo que hace el hombre… menos lo que el hombre hace bien.” —G.K. Chesterton
Conocí a un caballero, hombre letrado y de corazón piadoso, que en un almuerzo parroquial —de esos donde abunda la teología sin sal— se atrevió a lanzar una pregunta aparentemente inofensiva:
“¿Por qué no escribís recetas de cocina?” —dijo, dirigiéndose a un grupo de señoras católicas modernas, doctas en cánones y feminismo espiritualizado.
La reacción fue inmediata: lo miraron como si hubiese propuesto reinstaurar la Inquisición. Una de ellas, ofendida, murmuró algo sobre “reducción de la mujer a la cocina”, mientras otra —con estudios en género y angelología— declaró con solemnidad que “las mujeres católicas de hoy están para cosas más elevadas”.
Curioso. Santa Hildegarda escribió recetas, Santa Zita cocinaba, Santa Teresa daba instrucciones para hacer potajes y San Benito organizó monasterios con horarios precisos para preparar el pan. Pero claro, ellas no tenían Twitter.
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III. LA COCINA NO ES ESCLAVITUD: ES GOBIERNO LITÚRGICO
La cocina no es el rincón de los subordinados. Es el corazón del hogar, el laboratorio del amor concreto, el lugar donde se convierte el tiempo en pan, y el pan en comunión.
Allí se canta, se reza, se consuela, se forma el gusto, se transmiten historias, y se prepara el ánimo para enfrentar el mundo.
“No hay liturgia sin altar, ni hogar sin fuego. Y el fuego, en la casa, lo enciende la mujer.” —Mons. Henri Delassus
La mujer tradicional no era sumisa, era imparable. Organizaba, cuidaba, mandaba, embellecía, educaba, corregía, tejía, cocinaba y rezaba. Y todo sin quejarse de que “nadie valora su esfuerzo”. No necesitaba validación porque sabía que estaba haciendo lo único importante.
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IV. LO QUE SE PIERDE CUANDO UNA MUJER DEJA EL HOGAR
• Se pierde la primera escuela de virtud.
• Se pierde la posibilidad de formar el corazón antes que el cerebro.
• Se pierde la belleza de lo cotidiano: el mantel limpio, la sopa caliente, el olor a hogar.
• Se pierde el canto en voz baja mientras se barre.
• Se pierde el orden que sostiene la paz.
• Se pierde el alma de la civilización.
“El hogar cristiano no es una construcción humana, sino una realidad querida por Dios.” —Pío XII
¿Y qué se gana? Un sueldo que apenas alcanza para pagar terapias familiares, escuelas carísimas que educan contra la fe, y una sensación crónica de culpa que ninguna charla de espiritualidad logra calmar.
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V. QUERIDAS CATÓLICAS “FORMADAS”… HAN SIDO ENGAÑADAS
No son más libres. No son más respetadas. No son más felices.
La oficina las ha envejecido antes de tiempo. Los pantalones las han endurecido. El desprecio por la cocina las ha alejado del misterio. Porque el fuego del hogar no es un símbolo cursi: es un altar. Y quien lo abandona, abandona su sacerdocio femenino.
“Dios no dio a la mujer el púlpito, sino algo más alto: el regazo donde los santos aprenden a hablar.” —San Francisco de Sales
No queremos “debatir” esto. Queremos anunciarlo, como un profeta anuncia la lluvia después del desierto.
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VI. FINAL (Y SIN POSTRE)
No es una imposición, claro está. Es apenas una sugerencia fraterna, hecha con el aroma de un pan recién horneado y la certeza de que, si el mundo ha perdido el rumbo, es porque vosotras —sí, vosotras— salisteis por la puerta equivocada.
¿Es ofensivo sugerir que escribáis recetas de cocina? Tal vez. Pero más ofensivo es que no sepáis ninguna.
Volved. Volved antes de que no haya a dónde volver. Volved antes de que vuestros hijos os miren como extrañas. Antes de que la Iglesia se parezca más a una ONG que a una madre. Antes de que el mundo termine de quebrarse por falta de mujeres que sepan cocinar, amar, callar y cantar.
Volved con delantal y con gloria. Con falda y con fuerza. Con harina en las manos y oración en los labios.
Volved no porque seáis esclavas, sino porque sois reinas. Y las reinas no desprecian su palacio: lo gobiernan desde dentro.
María no necesitó púlpito, porque su vida entera fue un himno silencioso. Ella cocinó, sirvió, esperó, guardó… y en ese silencio —más elocuente que mil tratados—, se gestó la redención. Por eso es Reina: no porque hablara más fuerte, sino porque escuchó más hondo.
Porque cuando una mujer enciende su cocina con amor, el infierno tiembla.
Y cuando vuelve a su hogar, el demonio pierde territorio.
Oscar Mendez O.
PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD
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