La obcecada obsesión del Gobierno contra el Valle de los Caídos tiene dos explicaciones, complementarias. La primera es el odio latente al cristianismo, la alergia invencible a la cruz invencible de ciertos espíritus. Se comprueba en tanta blasfemia gratuita y en que las matanzas de cristianos en Nigeria pasa entre tanto silencio mediático. En La esfera y la cruz contaba G. K. Chesterton que el odio podía llegar hasta el extremo de derribar hasta las empalizadas del campo porque sus travesaños tenían forma de cruz. La basílica del Valle de los Caídos podría haberse dejado en un rincón, sin necesidad de perseguirla así.
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