17/11/2024

HORA SANTA (II) Dictada a la mística María Valtorta

Hemeroteca Laus DEo19/05/2022 @ 01:50

 

«Uno de vosotros 
me traicionará…» 

Evangelio de San Mateo, cap. 26, vers. 21-25



               ¡Uno de vosotros! Sí, en la proporción de uno a doce, uno de vosotros me traiciona.

               Cada traición es más dolorosa que una lanzada. Mirad la Humanidad de vuestro Redentor: desde la cabeza hasta los pies es toda una herida. La flagelación hace horrorizar a quien la medita y agonizar a quien la padece. Fue un dolor atroz, pero duró una hora. Vosotros, que me traicionáis, me flageláis el Corazón, y lo hacéis desde hace siglos.

               Yo os he amado, Yo os amo y os compadezco; Yo os perdono, Yo os lavo quitándome la Sangre para daros un baño purificador, y vosotros me traicionáis.

               Soy el Verbo de Dios, estoy glorioso en el Cielo; pero en este Cielo no estoy sólo como Espíritu, sino también como Carne. La carne tiene sentimientos y afectos ¿por qué queréis renovarme continuamente ese fuego corrosivo que es la cercanía de un traidor? ¿Está lejos el Cielo? No, hijos que me traicionáis, Yo estoy cerca de vosotros, estoy entre vosotros, y vosotros me quemáis con la llama de vuestro traicionar.

               Miro, buscando un consuelo, entre las distintas clases de personas y en cada una encuentro miradas y miradas de traidores ¿por qué me traicionáis? Yo estoy entre vosotros para haceros el bien ¿por qué queréis hacerme daño? Yo os traigo mis dones ¿por qué me lanzáis víboras mordaces? Yo os llamo “amigos” ¿por qué vosotros me respondéis: “Maldito”? ¿Qué os he hecho? ¿Qué hombre conocéis que sea más paciente y más bueno que Yo?

               Mirad. Cuando sois felices nadie os abandona, pero si lloráis, si la riqueza os abandona, si una enfermedad os hace contagiosos, es entonces cuando todos se alejan de vosotros. Yo permanezco. Más aún os acojo precisamente entonces, porque es cuando venís. Ya no tenéis a nadie con quien llorar y hablar, y entonces os acordáis de Mí, y Yo no os digo: “Vete que no te conozco”. Podría decirlo porque de hecho mientras que erais ricos, sanos y felices nunca habéis venido a decirme: “Lo soy y te lo agradezco”.

               Pero no, ni siquiera pretendo esto de quien aún no es un gigante de amor. Las “gracias” no las pretendo. Me conformaría con que me dijerais: “Soy feliz”. Decídmelo. No me consideréis un extraño. Acordaros de que Yo también estoy aquí y dedicad un pensamiento a este Jesús. Las “gracias” las diré Yo por vosotros a Dios: Padre mío y vuestro. En cambio nunca venís. Y podría decir: “No os conozco”. En cambio, heme aquí que os abro los brazos y digo: “Ven, que lloramos juntos”.

               Mirad. Estoy en las cárceles, en las celdas pequeñas y viles, sentado a la misma mesa que el presidiario, y le hablo de una libertad más verdadera que esa que está más allá de las cuatro paredes, de una libertad que ya no teme el ser herida por culpas que deben ser castigadas. Y sin embargo, aquel encarcelado es uno que me ha traicionado, ofendiendo mi ley de amor. Quizás ha matado, quizás ha robado, pero ahora me llama y heme aquí con él. El mundo le desprecia, Yo le amo. He llamado “amigo” a quien me mataba y me arrancaba de la vida. Puedo llamar “amigo” a este infeliz que vuelve a Mí.

               Estoy, llama de amor, cerca de los enfermos. Sus fiebres conocen mis caricias, su sudor mi sudario, sus languideceres mi brazo que les sostiene, sus angustias mi palabra. No obstante, muchos están enfermos por haberme traicionado, traicionando mi ley. Han servido a la carne y la carne, fiera enloquecida, se ha extraviado y les pierde, ahora, también en la vida. Y de todas formas, Yo soy el único que no me canso de su mal y velo con ellos, y sonrío ante sus esperanzas y, en cuanto que el Padre lo permite, las transformo en realidad. Mas si veo que el decreto es de muerte, entonces tomo a este hermano que tiembla ante el misterio de la muerte y que me llama, y le digo: “No temas. Crees que sea tiniebla: es luz. Crees que sea dolor: es alegría. Dame tu mano, conozco la muerte, la conocí antes que tú. Sé que es un instante en el que Dios auxilia sobrenaturalmente, para mitigar los sentidos y evitar que el alma se abata en la lucha final. Fíate. Mírame. Sólo a Mí… ¡Ya está! ¿ves? has atravesado el umbral. Ven conmigo, ahora, al Padre. No temas tampoco en este momento. Yo estoy contigo, y el Padre ama a quien amo”.

                Estoy en las casas desiertas. Antes había voces alegres. Ha pasado la muerte o la miseria. El superviviente vaga solo. Los amigos huyeron. Los amados, lejos por trabajo o por la muerte. Hay sol en el cielo, pero para el superviviente todo es tiniebla. Hay paz en el aire de la noche, pero para el superviviente no hay descanso. Y sin embargo muchas veces se me ha traicionado en esa casa, deificando a las criaturas. Se ha amado idólatramente a las criaturas traicionando mi ley. Pero Yo entro, y voy a poner un rayo en las tinieblas, a infundir paz donde hay tempestad. Aquel superviviente me ha llamado… quizás distraídamente, quizás sin una auténtica voluntad de tenerme, pero Yo voy sin tardar.

               ¡Oh! sólo pido estar con vosotros. Todo recuerdo de los errores pasados se desvanece cuando me llamáis: “¡Jesús!”.

               Pero no flageléis mi Corazón. Ya está abierto y desangrado. No irritéis su herida. Y a quienes me han entendido en mi dolor de traicionado, digo: “Uno de vosotros me traicionará. Dadme vuestro fiel amor como bálsamo”. Y lo digo a todos: a los santos, mis predilectos como Dios; a los pecadores, mis predilectos como Jesús. Porque también los pecadores, por quienes me hice Jesús, pueden curarme esta herida.

               ¿Sois samaritanos? Ya lo sé, pero mi parábola habla de un samaritano bueno que cura las heridas que no fueron curadas por los hijos de la ley que pasaron de largo, absortos por las prisas de servir a Dios. No saben que a Dios se le sirve más amando que cumpliendo preceptos.

                Yo soy el Herido que languidece en vuestros caminos. Los salteadores me han asaltado y desnudado. Los salteadores: los que indignamente se aprovechan de mi sacrificio de Dios que se hace carne. Me desnudan: negando mis atributos con sus múltiples herejías. Desnudan a la Verdad, les apetece ese ropaje porque es resplandeciente. Pero no saben que resplandece porque lo lleva puesto quien es Sol, y que en sus manos, que lo cubren con las babas de sus mentes soberbias, se convierte en un trapo cualquiera.

               La Verdad es verdad, y con esta luz se ilumina todo cuando se ve unido a Dios. Separada, se convierte en lenguaje babélico. Porque la Verdad es Ciencia y Sabiduría, pero desarraigada de Dios se convierte en caos.

               Curadme vosotros, aunque seáis samaritanos. Dadme vuestro aceite y vuestro vino: el aceite, el amor; el vino, la contrición de vuestro yo. Medicadme, no os desdeño. Que la pecadora que refresca mis pies cansados os hable, y diga si desprecio al pecador.

               Pero no me traicionéis nunca más. Id y no pecad más. Todo os lo perdono si todo en vosotros me ama. Dadme un beso sincero. Mi mejilla arde por el beso de los traidores. Curadla con el beso de la fidelidad.



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