El camino de la excelencia es el camino del amor. Así lo dice san Pablo al introducir el clásico himno a la caridad. “Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente” ( 1 Cor 12, 31).
Es importante caer en la cuenta de este detalle; cuando Jesús responde a la pregunta ¿qué es necesario para entrar en la vida eterna?, responde apelando al cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios. Cuando el joven confiesa haberlos cumplidos desde niño y reconoce la conciencia de que algo le faltaba aún, entonces Jesús responde con una frase preciosa: si quieres ser perfecto, vende tus bienes, así tendrás un tesoro en el cielo y después sígueme. Este “si quieres llegar hasta el final” o “si quieres ser perfecto”, es la invitación a una vida excelente, una vida marcada por el amor. Se podría decir que es la propuesta que Él hace a compartir su bienaventuranza, su felicidad. En este sentido podemos distinguir lo necesario para salvarnos: cumplir los mandamientos, y lo necesario para ser plenamente felices: vivir la entrega radical con Cristo y como Cristo. Solo el amor hasta el extremo de dar la vida, es la razón de la felicidad perfecta; así se lo enseña Jesús a los suyos después de lavarles los pies en la última cena: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica” (Jn 13, 14-17).
Muchas veces he tenido que insistir en este punto cuando predicaba: el mero cumplimiento de las normas no da la felicidad completa, solo el amor, que va más allá y supera con mucho al cumplimiento, es la razón verdadera de la perfecta alegría.
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