03/05/2024

LA TERRIBLE REALIDAD DEL INFIERNO. Parte IX. Nunca verán a Dios

Hemeroteca Laus DEo06/04/2022 @ 00:50


EL INFIERNO ES ETERNO


               La Fe lo proclama, y Jesucristo Nuestro Señor lo asegura en más de quince pasajes del Evangelio entre los cuales bastará citar la sentencia que pronunciará en contra de los condenados: «APARTAOS DE MÍ, MALDITOS, ID AL FUEGO ETERNO» (Evangelio de San Mateo, cap. 25, vers. 41). Todas las objeciones contra el Infierno y su eternidad se estrellan contra la palabra del Evangelio; tales objeciones proceden más de gente impía o de mal vivir; personas que, por lo mismo, están muy interesadas en que no haya Infierno.


LAS ALMAS DE LOS CONDENADOS 
NUNCA VERÁN A DIOS


               LAS ALMAS CONDENADAS AL INFIERNO SUFREN ETERNAMENTE dos penas: la PENA DE DAÑO, que consiste en la separación de Dios durante toda la eternidad; y la PENA DE SENTIDO, que consiste en estar sumergido en un fuego devorador que nunca se ha de apagar. En las palabras que Jesucristo ha de pronunciar en el Juicio Final viene indicada la doble pena del Infierno: «Apartaos de Mí, malditos», he aquí la pena de daño; «Id al fuego eterno», he aquí la pena de sentido.

        1- PENA DE DAÑO: Si el condenado pudiera, como en este mundo, estar separado de Dios sin sufrir por esta separación, su desgracia no sería tan dura; pero no es así: perdió a su Dios, a su Creador, a su Padre y a su Bienhechor en el tiempo, y había de ser su fin supremo y su dicha en la eternidad; y al perderlo, comprende su desventura, pues con las luces que tiene, conoce mucho mejor las perfecciones de Dios: su arrebatadora hermosura, su bondad inefable, sus riquezas incomparables, etc. Así como el hierro es atraído por el imán, el condenado es atraído por la Divinidad; pero el pecado es como una barrera infranqueable entre Dios y él. ¡Qué suplicio, qué desesperación! La estricta aplicación de la justicia vengadora del Soberano Juez ha reemplazado a los amorosos llamamientos de la divina misericordia; y este conflicto de deseo y odio, de atracción y de repulsión, y sobre todo ese alejamiento definitivo y eterno de Dios, constituye la pena de daño.

      2- PENA DE SENTIDO: Esta pena es universal, de una violencia inconcebible, de una continuidad desesperante, dado que nunca ha de cesar, ni disminuir en su intensidad. «Arderán los condenados en un fuego inextinguible, en medio de las tinieblas, donde no habrá sino llanto y crujir de dientes» (Evangelio de San Mateo, cap. 22, vers. 13).

             Irán ahí todos los que mueran en pecado mortal. El momento de la muerte es decisivo. El alma permanece eternamente en el estado en que se halla en ese instante supremo: por consiguiente, si está en pecado mortal, va inmediatamente al Infierno y comienza su desgraciada eternidad (una muerte eterna).

             Las almas que están en el Infierno, están fuera del alcance de nuestras oraciones, pues no se encuentran en esta Comunión. Ya por ellas no hay nada que hacer, pues están eternamente separadas de Dios.


PARA EVITAR EL INFIERNO


             Para ello debemos preservarnos del pecado y practicar la virtud, para lo cual es indispensable ser devoto e imitador de Nuestra Señora la Purísima Virgen María; este es el gran secreto para conservar la paz del alma durante la vida, y para alentarse en los momentos supremos y angustiosos de la muerte, con inmortales esperanzas y consuelos suavísimos. Acordaos, además, a menudo de los siguientes avisos de San Agustín:

     1- En vez de empeñarnos en evitar una muerte prematura, hagamos cuanto esté de nuestra parte para evitar el pecado que es causa de la muerte eterna.

     2- Aquel que carece de tiempo para pensar en la eternidad, tendrá en la eternidad tiempo sobrado para arrepentirse de ello.


NOS SALVA LA FE CATÓLICA 


          “La Santa Iglesia Romana firmemente cree, profesa y predica que todos aquellos que están fuera de la Iglesia Católica, no solo los paganos sino también los judíos y herejes o cismáticos, no pueden compartir la vida eterna y se irán al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, a menos que se unan a la Iglesia antes del fin de sus vidas; que la unidad de este cuerpo eclesiástico es de tal importancia que solamente para aquellos que moran en él contribuyen los sacramentos de la Iglesia a la salvación; y el ayuno, la caridad y otras obras de piedad y prácticas de la milicia cristiana producen recompensas eternas; y que nadie puede ser salvado, sin importar cuánto haya regalado en beneficencia y cuánta sangre haya derramado en Nombre de Cristo, a menos que haya perseverado en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica.” (Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia Bula “Cantate Domino”, 1441, Ex Cátedra)



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