Viernes 22-9-2023, XXIV del Tiempo Ordinario (Lc 8,1-3)
«Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios». Jesús, desde el principio, quiso realizar su misión con sus discípulos. Él y su Iglesia son uno:
«Ciertamente, como sabemos, Jesús escogió entre sus discípulos a doce hombres como padres del nuevo Israel, “para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14-15). Este hecho es evidente, pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo pueblo de Dios, fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los discípulos. Sólo puedo mencionar brevemente a las que se encontraron en el camino de Jesús mismo, desde la profetisa Ana, hasta la samaritana, la mujer siro-fenicia, la hemorroísa y la pecadora perdonada.
En primer lugar, pensamos naturalmente en la Virgen María, que con su fe y su obra maternal colaboró de manera única en nuestra Redención, hasta el punto de que Isabel pudo llamarla “bendita entre las mujeres” (Lc 1,42), añadiendo: “Bienaventurada la que ha creído” (Lc 1,45). Convertida en discípula de su Hijo, María manifestó en Caná una confianza total en él y lo siguió hasta el pie de la cruz, donde recibió de él una misión materna para todos sus discípulos de todos los tiempos, representados por san Juan» (Benedicto XVI, Audiencia general, 14-02-2007).
«Acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana». Conocemos el nombre de algunas de aquellas mujeres que, desde el principio, formaron parte del núcleo íntimo de los amigos del Señor:
«Encontramos a varias mujeres que de diferentes maneras giraron en torno a la figura de Jesús con funciones de responsabilidad. Constituyen un ejemplo elocuente las mujeres que seguían a Jesús para servirle con sus bienes. San Lucas menciona algunos nombres: María Magdalena, Juana, Susana y “otras muchas” (Lc 8, 3). Asimismo, los Evangelios nos informan de que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús en la hora de la pasión. Entre estas destaca en particular la Magdalena, que no sólo estuvo presente en la Pasión, sino que se convirtió también en el primer testigo y heraldo del Resucitado. Precisamente a María Magdalena santo Tomás de Aquino le da el singular calificativo de “apóstol de los Apóstoles”, dedicándole un bello comentario: “Del mismo modo que una mujer había anunciado al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer fue la primera en anunciar a los Apóstoles palabras de vida”» (Benedicto XVI).
«Y otras muchas que les servían con sus bienes». Y, por eso, sabemos que –más allá de consideraciones ideológicas, de modas o de poder– la mujer y su “genio” femenino son un rasgo esencial de la Iglesia de Dios.
«La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social.
La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del “genio” femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios. La Iglesia pide, al mismo tiempo, que estas inestimables “manifestaciones del Espíritu”, sean reconocidas debidamente, valorizadas, para que redunden en común beneficio de la Iglesia y de la humanidad» (San Juan Pablo II, Mulieris dignitiatem, n. 31).
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