Creo que hoy ya, por fin, se acaban los juegos olímpicos. Tal como empezaron decidí no ver nada de los juegos y lo he conseguido, esperemos que no blasfemen más en la clausura. Me alegro por aquellos que, de buena fe y con su entrenamiento y esfuerzo, hayan conseguido una medalla, tendrán su huequito en la historia, pero nuestra historia es tan corta. Habrán cuidado su alimentación, el ejercicio…, pero dentro de 40 años no podrán saltar del bordillo de la calle. Todo eso pasa.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Se puede decir más alto, pero no más claro. El Padre nos atrae para recibir al Hijo, y recibiendo al Hijo recibimos la Vida eterna. Esa que no mengua con el paso de los años y cada día nos hace más fuertes, pues lo débil de Dios es más fuerte que lo más fuerte de los hombres.
Los sacerdotes, antes de comulgar, decimos en voz baja: Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre, no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.
Comulgar puede ser motivo de juicio y condenación. Aceptar el Pan de la Vida lleva a cambiar nuestra propia vida para ser “imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.” No por eso tenemos que dejar de comulgar, todo lo contrario, tenemos que pedir la gracia de adecuar nuestra vida a la de los hijos de Dios y como Elías escuchar: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». Decía San Agustín: “El que no come mi carne ni bebe mi sangre, no tendrá en si la vida. Por donde, si os abstenéis de comer el cuerpo y la sangre del Señor, es de temer perezcáis; y si lo coméis indignamente o indignamente lo bebéis, se ha de temer que comáis y bebáis vuestra propia condenación. Aprieto grande, por cierto. Vivid bien, y los aprietos se aflojan. No queráis prometeros la vida viviendo mal; lo que no promete Dios, engáñase cuando se lo promete a si mismo el hombre.”
Comulgar me lleva a cambiar de vida, y cambiar de vida me lleva a disfrutar más de la Eucaristía. Nunca nos dejemos morir de hambre, nunca dejemos de acudir al pan de la Vida.
La Virgen nos enseña a estar siempre al lado de Aquel que con su muerte y resurrección ha dado la vida al mundo.
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