Falta menos de una semana para que Pedro Casado sea ordenado sacerdote, a sus 48 años, el próximo 27 de abril en la catedral de la Almudena. Se expresa feliz y calmado tras siete años de seminario, en los que ha hallado respuesta a muchas preguntas que se hacía con impotencia. Entre ellas, por qué no podría haber empezado su formación veinte años antes. «Había muchos miedos que no había afrontado», contó recientemente al portal de la Archidiócesis de Madrid.
Conforme se hacía aquella pregunta, también percibía una respuesta providencial cada vez más clara: «No me pongas condiciones, entrégame lo que tienes«.
Tiempo después, sabe que es el momento propicio. Especialmente porque «necesitaba» a los formadores, compañeros y realidad concreta que ha conocido estos años.
Antes de ser seminarista, admite haber disfrutado en abundancia de sus «cucharillas de plata», en referencia al «dinero o al amor de una chica excepcional«. «Pero el Creador del universo te llama a ser su transparencia», explica, y eso «merece la vida».
Su historia de fe, de vocación y de amor a Dios está íntimamente ligada a un año y un lugar, Cuatro Vientos en 2003, cuando fue removido por las palabras del «joven de 83 años» que era Juan Pablo II: «Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos».
Casi de forma automática lo percibió como un llamado al sacerdocio, pero cuando se presentó en el Seminario Conciliar de Madrid sin llegar a los 30 años no encontró la respuesta que esperaba. «Dios te pide algo, pero no se ve muy claro lo que es. Vete Dios y tú solos», le dijeron. Tampoco su madre se expresó como esperaba: «¿Tú te metes cura porque Dios te lo pide o porque no has encontrado una mujer que te quiera?».
Aquella pregunta le dejó sin saber qué responder. Pedro se retiró a Leire y también percibió un aplazamiento, aunque más concreto: «Afronta tus miedos y luego ya veremos«.
Y comenzó una vida que podría definirse como «normal». Empezó a ir a su parroquia, la Santo Tomás Moro de Majadahonda, empezó a ejercer como abogado y a salir con una chica con la que se planteó el matrimonio. Sin embargo, dice, «lo que es el amor lo descubrí en una custodia«.
En poco tiempo, su relación terminó y le invadió «cierta cobardía» que dio paso a un tiempo de «oscuridad», en el que la tecla de su vida «no estaba ni en on ni en off«.
Los años pasaban y en 2015 tomó la resolución de viajar a los barrios deprimidos de Montevideo, en Uruguay, donde estuvo un año junto a los misioneros dehonianos. Esa sería la experiencia definitiva que le abriría, ahora sí, las puertas del seminario.
Pedro dobla en edad a algunos de sus compañeros, pero no lo percibe como una desventaja, especialmente por la «serenidad que dan los años» y la capacidad de matizar.
También ha pasado momentos de crisis que compara a los «dolores del crecimiento». «¿Que ha habido días de querer coger la maleta e irse? Pues sí, ¿qué no tiene su parte de dureza en la vida?. La solución estaba siempre en el sagrario: `Si me paro y me miro, soy feliz´», afirma.
Aunque Pedro Casado ha pasado crisis en el seminario y muchos años para responder preguntas, a pocos días de ser ordenado se muestra feliz: «La solución estaba siempre en el sagrario».
A pocos días de ser ordenado, se muestra calmado y reflexivo y afirma haber comprendido tras años de oración y visitas a parroquias que «por la boca de los sencillos es donde mejor habla Dios«. También ha interiorizado consejos recibidos, como el de querer mucho a los feligreses y también a quienes están fuera, «en los cruces de los caminos», pero especialmente que «nunca es tarde«.
«Nunca. Y Dios tiene un sueño para cada uno de nosotros. El momento de mayor oscuridad es solo el anterior a la mayor claridad», concluye.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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