Estas historias están tomadas de los cuadernos autobiográficos del primer hijo espiritual del Padre Pío, Emanuele Brunatto (1892-1965), quien aparece en ellas bajo el pseudónimo que él mismo se dio: El Publicano. Se publicaron en su libro Padre Pio, mon père spirituel, y las tomamos de la selección recogida en Aleteia por Arthur Herlin:
1. Partida de petanca
Estaban jugando a la petanca en el monasterio. El Padre Pío tenía su forma característica de jugar a causa de los estigmas, pero era el jugador más valorado. A veces, como una travesura infantil, hacía trampas con el pie. Una vez, El Publicano vio cómo se acercaba un gato a toda velocidad en la trayectoria de la bola que el Padre Pío acababa de lanzar. En el mismo instante en el que el animal iba a ser golpeado, la bola se detuvo en el aire y luego cayó a su lado.
2. «¿Ya estás contento?»
Una personalidad eclesiástica quería ver, por curiosidad, sus estigmas:
-No -respondió secamente el capuchino-. Está prohibido -y retiró la mano.
Poco tiempo después, un viejo carpintero le dijo con total sencillez:
-¡Ah, Padre, cómo me gustaría besar sus santas llagas!
-Si solo es eso -respondió el Padre Pío- ¡date el gusto!
Y quitándose un mitón, le ofreció a besar su mano traspasada.
Escena de la conversión de Emanuele Brunatto en la película de 2000 ‘Padre Pío’, donde el santo de Pietrelcina es interpretado por Sergio Castellitto.
3. “Inglaterra se convertirá”
Un antiguo pastor anglicano de Cap convertido en sacerdote católico citaba el caso de uno de sus compañeros protestantes, un hombre muy piadoso, que en ocasiones había conseguido curaciones que se consideraban milagrosas.
-¿Por qué no? -replicó el Padre Pío-. Dios alivia, con milagro o sin él, las miserias de aquellos de sus hijos, católicos o no, que le imploran con fe… Lo que es privilegio exclusivo de la Iglesia católica es el milagro que prueba y da testimonio de una verdad de fe.
Y tras haber dicho que entre los protestantes ingleses se encontraban “al menos tantas almas delicadas y puras como entre nosotros”, el Padre Pío concluyó:
-Además, Inglaterra se convertirá: no en masa, sino individualmente.
4. La Reina Blanca
El Padre Pío tenía una devoción especial hacia la Virgen de Lourdes. Un prelado había declarado a la madre María de la Trinidad, priora de las dominicas de clausura, que había visto al capuchino en bilocación en la localidad mariana. La priora escribió al Padre Pío para saber si el hecho era exacto.
Él respondió:
-Nunca he ido corporalmente, pero siempre estoy en espíritu en la gruta, ante la Reina Blanca.
5. Devoción
La devoción por San José iba acompañada en el Padre Pío por una confianza sin límites… Las imágenes del Santo Cura de Ars, de Santa Rita de Casia, de Santa Teresita del Niño Jesús, de San Antonio de Padua estaban por todas partes en su breviario.
Con un punto de malicia, decía del Cura de Ars:
-Es el único cura santo que hay en la Iglesia.
6. El escote
Unos peregrinos hacían cola ante el Padre Pío para besarle la mano. Una chica pasó muy escotada sin que el capuchino pareciera reparar en ello. Detrás iba un joven. El padre le interpeló:
-¿Es tu hermana?
-Sí, padre.
-¿Qué dirías si un hombre te pidiese que le enseñases los hombros de tu hermana?
El hombre se puso colorado y no respondió nada.
-Pues bien, tu hermana los enseña sin que nadie se lo pida.
7. Meditación
El Publicano era incapaz de meditar. Por la noche, en el coro, tras la lectura espiritual, en cuanto se apagaban las luces para la meditación, se dormía.
Emanuele Brunatto, ‘el Publicano’ testigo o protagonista de estas trece historias, vivió en el convento de San Giovanni Rotondo entre 1920 y 1925 y fue el gran defensor del Padre Pío en sus momentos de persecución.
El Padre Pío le daba codazos para despertarle, pero no lo conseguía. Un día, el capuchino se lo reprochó:
-Es más fuerte que yo -respondió el joven-, no sé meditar.
-Pero entonces, ¿por qué camino vas a llegar al cielo?
La cuestión era importante. Pero el Padre no insistió y El Publicano siguió durmiendo en vez de meditar.
8. «¡Pobre Francia!»
Sobre el futuro de las naciones, el Padre decía: “Habrá primero una guerra económica… y luego será terrible, pero breve”. Y solía concluir con una queja: “¡Pobre Francia! ¡Pobre Francia!”.
9. Devoción preferida
-¿Cuál es su devoción preferida, Padre? -le preguntó un día el Publicano.
En voz baja, con una emoción indescriptible, el Padre Pío respondió:
–La mirada de Jesús.
10. El ladrón
El padre guardaba en el coro dos disciplinas (instrumentos de penitencia de cuerdas trenzadas), una de las cuales le pareció al Publicano que no se usaba mucho. Viéndose solo, se la metió en el bolsillo para su colección de reliquias y salió del coro. En un pasillo, se encontró al Padre Pío hablando con un familiar:
-¡Mira, aquí viene el ladrón! -exclamó el Padre al verle llegar.
Y añadió, con tono firme:
-Devuelve inmediatamente “ese objeto” a donde lo has cogido.
El libro de José María Zavala sobre el Padre Pío recoge decenas de milagros del santo de Pietrelcina sucedidos en su vida y, sobre todo, sucedidos en nuestros días e incluso a raíz de la publicación del mismo libro en sus primeras ediciones.
11. “Si tú lo sabes mejor que yo…”
Una paisana le dijo al Padre Pío:
-El bebé de mi hermano está muy enfermo…
-No es grave, se curará.
-No, Padre, le aseguro que es muy grave…
-Si lo sabes mejor que yo, ¿por qué acudes a mí?
12. Una carta sale volando
Una hija espiritual del Padre, la señorita Angelina Serritelli, leía bajo los muros del convento una carta del Padre, cuando la hoja se le escapó de las manos y se la llevó el viento… Pero la hoja se quedó parada de golpe en la pendiente rocosa, dando tiempo a la mujer para recuperarla.
Las colas para confesarse con el Padre Pío eran inacabables. Había quien pasaba la noche a las puertas del convento para tener un puesto.
A la misma hora, el Padre Pío estaba confesando en la iglesia. Cuando salió, la señorita Serritelli le esperaba para saludarle.
-La próxima vez ten cuidado con el viento -le dijo-. Si no le hubiese puesto un pie encima, la carta se habría perdido en el valle.
13. Ayuno
Pese al agotador trabajo del confesionario (donde pasaba buena parte del día), el Padre Pío comía poco: nada por la mañana ni por la noche; y a mediodía, un plato de legumbres con muy poco pan y dos vasos de cerveza. Animado por el hermano portero a tomar algún alimento por la tarde, durante un año cenó unas anchoas sin pan… y hasta pasadas unas semanas nadie se dio cuenta de que eso era para él una penitencia más dura que el ayuno.
Publicado en ReL el 3 de junio de 2016.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
More Stories
Pedro Claver, apóstol de los negros (1580-1654)
Elio Gallego: «El cristiano se ha acomodado a la mentalidad dominante y a lo que dicta el poder»
Munilla defiende el papel evangelizador de la Hispanidad en el Católicos y Vida Pública de Alicante