«Confesiones de un constructivista social» es el título del artículo-bomba escrito en septiembre pasado por Christopher Dummitt en Quillette. A lo largo de las semanas ha ido ganando repercusión como una ola hasta llegar a grandes medios como Le Point, que lo reproducía íntegro este domingo titulándolo en tercera persona como las confesiones de «un hombre peligroso«.
Una confesión en toda regla
Peligroso, desde luego, para la ideología de género, que queda comprometida en sus alegaciones históricas y culturales por alguien que contribuyó a fabricarlas. Y que exhibe un cierto arrepentimiento ante las consecuencias. «Si hace veinte años hubiera sabido que mi bando en las guerras ideológicas sobre el género y el sexo iba a ganar tan decisivamente, me habría quedado en éxtasis», arranca su confesión: «Yo insistía en que no existía algo llamado sexo. Yo lo sabía. Simplemente, lo sabía. Porque era un historiador del género». Pero ahora los mismos «razonamientos viciados» y «argumentos defectuosos» que él empleaba «están siendo asumidos por los activistas y los gobiernos para legislar nuevos códigos de conducta moral«.
De ahí su desazón, que le lleva a ofrecer «un mea culpa por mi propio papel en todo esto», así como «una crítica sobre por qué yo estaba equivocado entonces, y por qué los constructivistas sociales radicales están equivocados ahora».
Masculinidad, barbacoas y dominación
Dummitt es historiador de la cultura y la política y profesor asociado en la Escuela de Historia de Canadá de la Trent University, una universidad pública en Peterborough (Ontario), y ha realizado estancias docentes en centros académicos de Londres y Berlín.
El último libro de Christopher Dummitt es Unbuttoned, un estudio sobre William Lyon Mackenzie King (1874-1950), la persona que más tiempo ha sido primer ministro de Canadá, veintidós años en 1921-1930 y 1935-1948.
Es autor de varios libros, entre ellos algunos estudios de género, como uno relativamente influyente en su país en ese ámbito, The Manly Modern. Masculinity in Postwar Canada [El varón moderno. La masculinidad en el Canadá de postguerra] (2007). De algunos de sus contenidos no teme decir ahora que se siente «avergonzado», porque se basó en estudios muy concretos y dispares a los que se les otorgaba una indebida generalidad. Ya en 1998, él había extraído un estudio de su tesis donde analizaba los modelos masculinos en las barbacoas dominicales en los años 40 y 50 en Canadá («sí, es el tipo de cosas que hacen los académicos», ironiza).
Dummitt estudió a fondo (y ese estudio sí era serio y riguroso y sobre las fuentes, explica) el lenguaje utilizado por los hombres canadienses en las barbacoas dominicales de los años de postguerra. Lo que era ideológico era la interpretación, en clave de establecer la masculinidad como una construcción social orientada a la dominación, en este caso sobre la esposa y la familia.
En realidad, la confesión de Dummitt no es solo personal, sino que supone una acusación en toda regla a la forma en la que los «estudios de género» han sido asumidos a pesar de su nulo fundamento, y cómo han rehuido el debate científico para imponerse en el ámbito universitario como algo de lo que no se puede discrepar.
El «sentido común» convertido en «discurso de odio»
Cuando él, recién licenciado, intentaba convencer a todo el que se le acercaba de que la identidad y el sexo son meras construcciones sociales, muchos le contradecían, pues «casi nadie que no hubiese sido expuesto a tales teorías en una universidad podía llegar a pensar que el sexo es enteramente una construcción social, porque tal creencia iba contra el sentido común. Es lo que hace tan sorprendente que el vuelco cultural sobre este asunto haya sucedido tan rápidamente«.
Ahora esa idea «está en todas partes», se ha introducido en el debate, por ejemplo, «sobre los derechos de los transexuales o sobre qué hacer con los transexuales en el deporte», y además «ha sido convertida en leyes que amenazan con consecuencias a cualquiera que sugiera que el sexo podría ser una realidad biológica». Decir eso es ya «discurso de odio», y sostener que «el género está, al menos parcialmente, basado en el sexo y que realmente hay dos sexos (hombre y mujer), como los biólogos han sabido desde los albores de su ciencia«, te convierte en víctima de la acusación de estar haciendo daño a otro ser humano al negar su identidad trans.
Invenciones y prejuicios
Dummitt es muy sincero: «El problema es que yo estaba equivocado. O, para ser más precisos, en algunas cosas tenía parcialmente razón. Pero luego, lo demás, básicamente me lo inventé«. Que es la sustancia de su confesión, que revela cómo se hacen los ‘estudios de género’, que a partir de los años 90, como él mismo explica, lo han copado todo en el ámbito académico en el que él se movía.
«En mi defensa», continúa, «diré que no era el único. Todo el mundo inventaba (e inventa). Es así como se funciona en el ámbito de los estudios de género. Pero tampoco es una buena defensa. Tenía que haberlo sabido. Si tuviese que psicoanalizarme retroactivamente, diría que, en realidad, lo sabía. Y por eso estoy tan enojado y son tan enérgico sobre lo que pensé que sabía. Había que ocultar el hecho de que, en un nivel muy básico, yo no tenía pruebas de parte de lo que estaba diciendo. Así que blandía los argumentos con fervor y atacaba las opiniones alternativas. Intelectualmente no era muy bonito. Y es lo que hace tan desagradable ver que las opiniones que yo alegaba con tanta pasión -y con tan poca base- han sido ahora aceptadas por tantos en el conjunto de la sociedad«.
Las leyes de privilegios y multas LGBTI implantadas en numerosas comunidades autónomas españolas se basan en la ideología de género y los ‘estudios de género’ que la justifican, cuya nula base denuncia Dummitt.
Dummitt detalla que su metodología consistía, básicamente, en buscar hechos históricos concretos en los que estuvieran envueltos criterios identificados como ‘de género’ (y «la Historia es algo muy grande… así que siempre hay algo que puedes encontrar»), relativizarlos y descontextualizarlos, y aplicarles el tamiz ideológico que demostraría que el género es una construcción social orientada al poder y la opresión.
Pero él reconoce ahora que las «respuestas» con las que explicaba esos hechos «no procedían de una investigación primaria. Provenían de mis creencias ideológicas, aunque en aquella época yo no las habría descrito como una ideología. Tampoco los colegas que adoptaban la misma perspectiva y que, a diferencia de mí, siguen haciéndolo. Pero es lo que era, a saber: un conjunto de ideas preconcebidas construidas en la penumbra de la disciplina de los estudios de género».
Sin debate científico
«En cuanto a la cuestión más amplia de si el género es una construcción social, no era algo que yo pudiese demostrar«, admite Dummitt. Cualquier explicación alternativa a los hechos que se presentaban como prueba era desechada: «Mi investigación no probaba nada. Solamente asumía que el género era una construcción social y procedía en consecuencia».
Además reconoce que nunca contrastaba sus teorías con quienes pudiesen ofrecer interpretaciones distintas, ni nadie -y esto es esencial en su denuncia- le obligó a hacerlo en ningún momento de su historial investigador ni en la revisión de sus trabajos por sus pares, que actuaban de la misma forma: «De esta forma, nunca me vi obligado a confrontar explicaciones alternativas orientadas a la biología, que eran como mínimo tan convincentes como las hipótesis que yo vestía con aires de certeza».
«Quiero insistir», continúa más adelante, «en que el problema era y es que yo me lo estaba inventando todo. Lo que presentaba educadamente eran conjeturas. Eran hipótesis. Tal vez yo tenía razón. Pero ni yo ni nadie pensó nunca en examinar lo que yo escribía». En muchos casos, lo que se alegaba como prueba eran «citas de otros profesores» que decían lo mismo (sobre el poder y la opresión como finalidad de las construcciones sociales de género): «Si eran franceses y eran filósofos, eso ayudaba mucho», afirma con sarcasmo.
«Esta confesión no debe interpretarse en el sentido de negar que el género sea, en muchos casos, una construcción social», concluye Dummitt, que no hace una enmienda a la totalidad de su disciplina, sino una severa autocrítica sobre sus métodos: «Pero los críticos del constructivismo social tienen razón al alzar las cejas ante las denominadas pruebas que presentan supuestos expertos… Mientras en el ámbito académico no haya un debate crítico serio e ideológicamente diverso sobre el sexo y el género, y mientras la revisión por los pares no sea poco más que una forma de revisión endogámica, debemos ser muy escépticos sobre mucho que cuentan los ‘expertos’ sobre la construcción social del sexo y el género».
Artículo publicado originalmente el 4 de noviembre de 2019.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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