Hemeroteca Laus DEo16/12/2021 @ 02:50
Allí, poco a poco, los cánticos, las oraciones, la presencia -invisible, y sin embargo sentida por mí- de un poder sobrehumano, empezaron a agitarme, a turbarme, a hacerme temblar. En una palabra, la gracia divina se complacía en derramarse sobre mí con toda su fuerza.
En el momento de la Elevación de la Sagrada Hostia, sentí surgir desde lo más profundo del pecho desgarrado, desde mi conciencia, los remordimientos más desgarradores toda mi vida pasada. Y de repente, por una intuición espontánea, me puse a hacerle a Dios una confesión general, interior y rápida de todas mis enormes faltas, desde la infancia en adelante: culpas que revisaba explicadas ante mí, miles, vergonzosas, repelentes, merecedoras de toda la ira de mi gobernante juez…
Y sin embargo sentí una calma inusual que enseguida vino a extenderse sobre el alma, la certeza de que el Dios de Misericordia me perdonaría, que Él apartaría la mirada de mis crímenes, que tendría piedad de mi sincera contrición, de mi amargo dolor…
Sí, yo sentí que Él me perdonaba, y que aceptaba, como expiación, mi firme resolución de amarle por encima de todo y convertirme a Él para siempre… Saliendo de esa iglesia, yo ya era Cristiano… sí, tan Cristiano como es posible serlo cuando no se ha recibido aún el Santo Bautismo.»
Sacerdote, Carmelita Descalzo,
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