21/12/2024

28 junio – San Ireneo de Lyon, doctor De la Iglesia

¡Qué preciosa oración para repetirla mil veces: «Señor, si quieres, puedes limpiarme»! Una petición llena de humildad, sencillez y, al mismo tiempo, con acuciante necesidad. Son de esas joyitas que aparecen en el evangelio que nos ayudan a profundizar en el trato personal con Jesús… y, ya de paso, a examinar cómo es nuestra oración personal.

No recuerdo qué santo tuvo una visión de una iglesia llena de gente rezando. En un primer momento, se alegró porque eran muchos los fieles allí presentes, y se llenó de un orgullo contemplando la victoria de Cristo. Pero al momento, algo empezaba a funcionar mal; se dio cuenta de que todos estaban rezando, pero su oración iba en una dirección única: venían a pedir. Entonces, empezó a llorar desconsoladamente porque en realidad estaban allí por interés… pero muy poco amor. El amor no era amado: mucha oración de petición, pero ni un «te quiero».

Creo que la historia la he contado fatal —que algún comentarista nos saque de dudas, porfa: acudo al comodín del público—. Pero la esencia del mensaje se me quedó grabado porque me impactó mucho: no podemos acudir a la iglesia para «usar» a Dios.

Por esa razón, la petición del leproso del evangelio es tan iluminadora: porque incluye en su petición el deseo del Señor. No le exige (rara oración sería…); no le expone la necesidad sin más, aunque sea muy acuciante; no sólo pide y pide, sino que abre la puerta a una interlocución del Maestro (como así sucede); en resumen, es una petición llena de amor.

Un hijo no puede presentarse en casa de su madre «exigiendo» llevarse los tappers llenos. En un restaurante puedes hacerlo, porque pagas. Pero a una madre sólo puedes entrarle con amor. Eso es amor familiar. Y si entras con exigencias, te llevarás los tappers estampados en la cara, como debe ser.

Dios no puede quedar nunca fuera de nuestra oración, sino dentro: como el alma y el cuerpo. Mi libertad y la suya van unidas. Mi amor y el suyo van juntos. Mis necesidades y las suyas son compartidas, no se despreocupa, aunque no lo solucione todo a nuestro gusto.

PD: estuvimos en mayo en Lyon, visitando la iglesia dedicada a San Ireneo y sus colegas obispos del s. II y III. Este santo, oriundo de Asia Menor (actual Turquía), fue discípulo de San Policarpo, que a su vez fue discípulo del mismo San Juan Evangelista. Es el último en ser añadido entre los «Doctores de la Iglesia» por su preciosa teología acerca del Verbo encarnado y la claridad con que defiende la fe y la Tradición apostólica. Merece la pena, sin duda, hacer una peregrinación allí. Cerquita de Lyon quedan Paray-le-Monial, Ars, Cluny… Todos lugares que encierran un gran testimonio de fe.