20/05/2024

8 claves para encontrar la paciencia en Dios: cuando no te soportas o eres tentado

¡Qué fácil es perder la paciencia! ¿Quién no estaría de acuerdo con esta expresión? Sin embargo, habría que preguntarse si quien dice que perdió la paciencia, más bien carecía de ella: porque se desespera ante los problemas que tardan en resolverse, se enfada ante su impotencia para encontrar una solución o se desanima ante sus errores.

Eduardo Díaz Covarrubias (1971) es sacerdote, doctor en Teología por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) e ingeniero en electrónica y comunicaciones (ITESO, Guadalajara, México). En su reciente obra Paciencia de Dios, impaciencia de los hombres, invita, por medio de ideas sencillas y útiles, a encontrar en Dios la fuerza para ser pacientes mediante la fe, la esperanza y el amor.

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Aquí ofrecemos 8 claves del sacerdote Eduardo Díaz Covarrubias para encontrar la paciencia en Dios en medio de las diferentes situaciones de la vida:

1- La paciencia en la oración:

No dejemos nunca la oración. Rezar con paciencia perseverante es en muchas ocasiones el arma más eficaz, la solución definitiva, el camino más directo para conseguir la salvación anhelada: ‘Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá’ (Mt 7, 7-8).

Entre los montañistas hay una frase que se repite con frecuencia en las ascensiones, sobre todo cuando el cansancio amenaza convertirse en desaliento: cuando estés a punto de abandonar el esfuerzo, piensa que nunca antes como entonces has estado tan cerca de llegar la cima. Cuando nos cansamos de rezar, deberíamos recordar que nunca antes como entonces estamos tan cerca de recibir lo que pedimos… y mucho, ¡mucho más!

2- La paciencia en las contrariedades cotidianas:

Intentemos afrontar las contrariedades de cada día viviendo sumergidos en Dios, mirando las cosas con visión de eternidad. Tenemos más capacidad de la que pensamos para sobreponernos al mal humor y a la impaciencia. Cuando nos encontremos atrapados en el tráfico, cuando tengamos que tratar con una persona difícil, esperar a que nos atiendan o escuchar a alguien que un pide consuelo cuando tenemos prisa, recordemos que hay algo más grande que eso.

Que vivimos y nos movemos en una realidad que está por encima de aquello que vemos como en dos dimensiones, con la nariz pegada al muro; consideremos que existe una tercera dimensión y que la prisa y la impaciencia es algo que nos puede cegar tremendamente y nos puede hacer perder la objetividad, acerca del valor y la belleza que tiene cada momento de nuestra vida.

3- La paciencia en las tentaciones:

Ejercitando la paciencia ya estamos siendo rescatados. El alma que sabe confiar en Dios en medio de las pruebas ya está venciendo: «La paciencia de nuestro Señor júzguenla como salvación, como se lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le fue otorgada»; aunque la batalla continúe, la certeza de la victoria llena el alma de seguridad y de paz.

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4- La paciencia en el sufrimiento:

Todo sufrimiento soportado con paciencia, uniéndolo al sufrimiento de Cristo, acelera la obra de Dios en nosotros y atenúa lo que el dolor tiene de insoportable. Va perfeccionando nuestra semejanza íntima con Jesús, realizando la obra de la que habla san Pablo a los Corintios: «Aunque en nosotros el hombre exterior se vaya desmoronando, el interior se va renovando de día en día» (2 Cor 4, 16); vamos permitiendo al Espíritu Santo que realice su labor, que vaya esculpiendo en nuestras almas la figura de Cristo.

5- La paciencia ante los defectos propios:

La humildad nos lleva a la paciencia, y la paciencia con nosotros mismos es buena, porque nos hace humildes: reconocemos que tenemos mucho aun que mejorar y nos otorga una sana desconfianza de nosotros mismos, que tiene también su lado positivo. Esa sana desconfianza es como «un resquicio siempre abierto de nuestra personalidad, nos permite aceptar sugerencias y críticas, ver nuestras acciones con los ojos del otro, sin pretender tener en la mano la solución perfecta de los problemas».

6-La paciencia ante los defectos del prójimo:

Conviene que no nos hagamos ilusiones, pensando que la paz de nuestro espíritu depende del buen carácter y benevolencia de los demás con nosotros. La tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos de la ira debe estar en nosotros y no podemos supeditarlo a la manera de ser de los demás. El que los demás sean buenos, que sus caracteres se acoplen a nuestro modo de ser, no está en modo alguno en nuestras manos.

Muchas personas sufren indeciblemente porque toda su vida andan pretendiendo que los demás se adapten a su forma de ser, son infelices porque los demás no son como les gustaría que fueran. El ser capaces de llevar con paciencia la forma de ser del prójimo no depende de que sus defectos sean más llevaderos, sino de que sea más sólida nuestra virtud, de que nuestro corazón sea más grande, fuerte y generoso, como el de Cristo.

7- La paciencia en el apostolado:

Cuando se trabaja por Dios, ningún peligro, ninguna amenaza puede desanimarnos. Así se ha difundido siempre el Evangelio, en medio de dificultades, abriéndose paso a lo largo de la historia de los pueblos por la mano poderosa de Dios y la acción eficaz del Espíritu Santo que remueve a las almas, utilizando a los fieles cristianos como instrumentos. 

8-La paciencia en la vida familiar:

Abnegación, espíritu de sacrificio, paciencia. Pidamos estas gracias al Espíritu Santo, porque «Dios no nos convoca solo a convivir con los demás, sino a vivir para los demás. Nos reclama una caridad afectuosa, que sepa acoger a todos con una sincera sonrisa». Por eso acudamos siempre a la oración, especialmente cuando pensemos que una situación o una persona nos supera, para confiar entonces al Señor los obstáculos que encontramos en nuestro caminar.

Roguémosle que nos ayude a superarlos, a no atribuirles un peso que no tienen. Pidámosle que nos conceda un amor a la medida del suyo.

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PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»