Los Apóstoles ya tienen conocimiento directo de la resurrección de Cristo resucitado, se les ha aparecido antes y “se apareció otra vez junto al lago de Tiberiades”. “Esta fue la tercera vez que Jesús se pareció a los discípulos”. Están todos juntos, pero sin saber muy bien qué hacer y Pedro toma la decisión de hacer lo que siempre ha hecho: pescar. El resto, no todos han sido pescadores, deciden acompañarle. Y será precisamente en esa actividad cotidiana donde Jesús resucitado se les aparece y hará que la eficacia de su trabajo se multiplique al obedecer: “echad la red a la derecha de la barca… y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces”.
También nosotros nos hemos encontrado con el Señor” y Él quiere salir una y otra vez a nuestro encuentro. Y como con los apóstoles nos espera en nuestro trabajo, en las obligaciones cotidianas y ahí nos dirá tantas veces ¡echa la red a la derecha! Termina esto, pon más amor y espíritu de servicio, ofrece cuanto haces… y yo multiplicaré su eficacia. Pues de esta obediencia en las tareas ordinarias de nuestra vida vendrá, como fruto maduro, nuestra santificación y seremos instrumentos de Cristo para la santificación de los demás. Descubriremos cómo en los detalles más pequeños de la vida diaria se esconde el tesoro de estar con Cristo, de comer con Él. “Traed los peces que acabáis de coger… Vamos, almorzad” conmigo.
San Josemaría Escrivá nos dejó un consejo para realizar este programa de descubrirle en la vida cotidiana: “cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces» (Camino 815). Parece una obviedad, pero no es tan sencillo, requiere un esfuerzo y espíritu de lucha no pequeño, porque ¡Cuántas veces retrasamos lo que tenemos que hacer para dedicarnos a lo que nos apetece más o nos disgusta menos! ¡Cuántas veces esto nos deja un poso de nerviosismo, desasosiego!… Y nos perdemos los frutos del encuentro con el Resucitado: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (cfr. Gál 5,22-23). La paz interior, «la tranquilidad en el orden», como la definía San Agustín), Está estrechamente vinculada al cumplimiento del deber.
En el fondo, se trata de amar al Señor en cada momento, sabiendo ver en todas las circunstancias, una oportunidad para corresponder al derroche de su amor por nosotros. “Dios mismo mendiga el amor de su criatura: tiene sed del amor de cada uno de nosotros… En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros” (Benedicto XVI, “Mensaje para la Cuaresma 2007”).
Él es un mendigo de nuestro amor en cada momento y muchas veces posponemos nuestra respuesta ya sea con excusas o con promesas. Madre de Jesús y Madre nuestra, enséñanos a corresponder como tú al derroche de amor de tu Hijo.
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