Una tarea hermosa y sencilla a la vez: pónganse una cruz al cuello, ojalá sea de madera. Háganla bendecir por un sacerdote, y acostúmbrense a besarla todos los días de sus vidas.
Este ejercicio piadoso, que parece tan sencillo, de ningún modo puede ser copiado por el maligno. Bien saben ustedes, que él repele la santa cruz, pues es el signo de nuestra liberación y también de su derrota.
Besen esa pequeña cruz, en recuerdo de las dificultades y preocupaciones de cada día, que sin duda serán superadas con la ayuda de Dios. También al ver esa cruz vacía, recuerden que Jesús pendió alguna vez de ella, pero hoy, está vivo y resucitado.
Al besar la cruz, recordemos con gratitud la pasión dolorosa de Nuestro Señor Jesucristo, y también la grandeza del sufrimiento ofrecido con amor y generosidad.
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