Desde su infancia, el sacerdote Eduardo Pérez dal Lago se sintió atraído a partes iguales por la fe y por la cultura. Una doble vocación que décadas más tarde acabaría desarrollando como sacerdote y, en cierta manera, liderando la batalla cultural en Argentina. Lo hace actualmente como presidente de la fundación promotora del diálogo entre fe, arte y cultura La Santa Faz, como docente universitario e incansable evangelizador o anteriormente subsecretario de la Conferencia Episcopal Argentina.
Decir que libra la batalla cultural en defensa de la fe podría parecer exagerado, pero lo muestra tanto su dedicación perseverante en el día a día como cuando las propuestas sacrílegas de la actual escena cultural requieren un mensaje claro y contundente, como el que expresó en octubre de 2021 frente a la criticada libre interpretación del Oratorio Theodora, de Haendel.
El sacerdote es representante del Profesorado de Artes Visuales Beato Angélico, presidente de la Fundación La Santa Faz, profesor universitario de Teología, Filosofía y Arte y experto en iconos. Fue ordenado en 1991, solo un año antes de que se produjese el famoso milagro eucarístico de Buenos Aires. Hoy es el único testigo directo vivo de aquel suceso, lo que no solo cambió su forma de ver el sacerdocio, sino que le llevaría a conocer al mismo Carlo Acutis.
Durante su visita a Madrid, Pérez del Lago conversa con Religión en Libertad sobre una vida marcada por la fe, la belleza y su objetivo de evangelizar y “hablar de Dios en el mundo de la cultura”.
-¿Cómo comenzó su llamado a la disciplina artística?
-Siempre tuve formación artística. Parte de mis estudios del colegio fueron en Estados Unidos. Era muy pequeño, pero ahí ya me dijeron que tenía una gran tendencia hacia el arte. Nunca estudié de una manera forman Bellas Artes, sino que siempre pinté, me interesé por la música, la literatura… Hasta que, cuando decidí mi vocación, le pregunté a mi director espiritual si debía dejar el arte porque me distraía.
– ¿Su desarrollo artístico comenzó entonces al mismo tiempo que su formación sacerdotal?
-Primero estudié en la Universidad Católica como laico y después, ya con la intención de ser sacerdote, a la universidad de los dominicos, la Santo Tomás de Aquino. Cuando estaba cumpliendo mis estudios, entonces el cardenal cardenal Antonio Quarracino, mi arzobispo, decidió mandarme al seminario d Toledo, por su formación, en tiempos de don Marcelo. Ahí terminé mi seminario, pero siempre en esta misma línea de formación clásica, tomista, muy recta, disciplinada también en cuanto a la vida del seminario. Estoy muy agradecido porque todo fue por estar en contacto con buenos sacerdotes que me indicaron un camino sólido de formación.
– ¿Y qué le dijo entonces su director espiritual?
-Que no lo dejase, que hiciese una síntesis entre fe y cultura. En ese momento empecé a pintar iconos al modo bizantino, con la técnica del temple. Esto lo empecé hace como 40 años y cuando me ordené, hace 33, fundé un taller con una profesora, Magdalena Acuña, para enseñar la pintura de los iconos.
– ¿Sigue en pie?
-Al principio, el taller solo enseñaba iconografía. Después pasó a ser la Fundación Santa Faz, que se encarga de hablar de Dios a través de la belleza. Tiene profesores de Artes Visuales, residencias universitarias, casa de retiros o capilla de adoración perpetua, entre muchas otras instalaciones.
El padre Eduardo Pérez escribe y comenta el icono de la huida a Egipto:
-El diálogo entre la fe y la cultura es desde entonces su principal apostolado. ¿Cómo lo ha vivido? ¿Conoció al Papa?
-Más allá de los 3 primeros años que trabajé en parroquias, he sido subsecretario en la Conferencia Episcopal Argentina durante 15 años.
– ¿Conoció al Papa? ¿Cómo vive esta forma de apostolado?
-Tuve mucho trato con él como secretario de la Comisión episcopal para la Universidad Católica Argentina. Mi trabajo fue el del diálogo entre fe y cultura y enseñanza, también estuve en residencias universitarias con jóvenes, tratando de transmitir ese camino de la belleza, siendo Jesucristo la máxima expresión de la belleza de Dios. Ese es mi apostolado, centrado sobre todo en escribir, en la misa, en confesar y predicar, dar conferencias… Es un apostolado intelectual quizá pero igualmente pastoral, lo entiendo como una forma de pastorear al rebaño.
-Este apostolado suyo, el de la relación entre cultura y fe, ¿se relaciona de algún modo a lo que hoy se llama la “batalla cultural”?
-Para mí, la Iglesia ha perdido la gran batalla de la cultura. Hemos pasado de un ideal de Cristiandad a un mundo sumamente secularizado, donde ni la Iglesia, Jesús o su doctrina son tenidos en cuenta para iluminar, como si Jesús no fuese el sujeto más cantado, pintado y escrito en la cultura. En toda la historia de la humanidad, no hay personaje que haya ocupado un lugar más importante que Jesucristo.
-No parece dejar lugar a dudas sobre esa “derrota cultural” de la Iglesia. ¿A qué cree que se debe?
-En parte es la Iglesia la que ha decidido replegarse sobre un mundo más pequeño, no universal. También se reduce el apostolado en gran parte al mundo de la asistencia social y el mundo la ubica en eso. Nos perdonan la vida si damos de comer a pobres o atendemos a los marginados, pero ser católicos significa ir a los maginados… y también a los no marginados.
Por eso siento esa necesidad de hablar de Dios en el mundo de la cultura. En la Iglesia, muchas veces es visto como algo secundario, pero después se establece el aborto, el divorcio y se resiente la cultura, porque hemos dejado de predicar la verdad de Jesús en esos ámbitos.
– ¿Qué medidas propone para restaurar la misión cultural de la Iglesia? ¿Cómo debe ser la propuesta?
-Puede ser una cultura sacramental, que transmita la gracia como los sacramentos, pero no necesariamente una cultura sacra, donde todo habla directa y exclusivamente de Dios. Se puede hablar de Dios en un paisaje, una conversación, en una medicina que busca la salud del hombre o en la economía administrando bien.
El sacerdote Eduardo Pérez dal Lago dirige la Fundación La Santa Faz, una obra que, en sus trece años de historia desde 2012, se ha expandido y consolidado con un único fin: `Que el mundo redescubra la Belleza de Dios y se vuelva a enamorar de Él´.
– ¿Una cultura qué hable de Dios también de forma indirecta?
-Debe ser una cultura que se adecue con sus fines propios pero de una manera recta y ordenada sobre todo a la vida eterna, a la salvación de los hombres. Pero no por ello debe ser sacra. El mundo se rebela contra eso, contra una cultura que no le da autonomía a lo natural. Por otro lado, esa autonomía no es total, porque la naturaleza ha sido creada por Dios y está dirigida a Él, a la salvación.
-También suele mencionar la necesidad de restaurar el arte en sí mismo. ¿Cuál es su diagnóstico?
-Las vanguardias que vinieron tras las guerras separaron la belleza del arte, poniéndolo al servicio de la denuncia y tratando de distanciarlo de un arte burgués que busca la decoración. Y claro que una belleza que se limita solo a la decoración es pobre. Pero es difícil encontrar en el arte contemporáneo elemento de una belleza 100% objetiva. Existen, claro, pero es el mismo arte el que ha decidido separarse de la belleza para subordinarse a la denuncia.
-Quizá el papel de la denuncia en las edificaciones religiosas no sea muy destacado, pero estas tampoco destacan por su belleza como lo hacían en otros momentos históricos…
-La Iglesia debería expresar hoy la belleza de su fe en la arquitectura, pintura o literatura contemporáneas, [pero] no encuentra un recurso adecuado para expresarse. Por eso hay que restaurar la misma idea de arte, para que pueda hablar de la belleza de Dios y que sea trascendente sin estar mezclado con la fealdad. Porque a veces, en esa denuncia, el arte se ha valido de la fealdad para conmover y esa no es la lectura clásica. Por eso antes se hablaba de Bellas artes y hoy se habla de Artes visuales.
-Usted se define como un admirador de la belleza. ¿Podría ponerle rostro?
-Me parece que la belleza con mayúscula se hace hombre en Jesucristo. Y no solo en su belleza física, que debió de ser maravillosa, sino también en la belleza de su palabra, su humildad, su perdón y su amor… No es una belleza abstracta.
– ¿Algún ejemplo que valore especialmente y que la explique de forma tangible?
-En literatura dicen que pocos cuentos son tan valiosos como la parábola del hijo pródigo, por ejemplo. También me gusta mucho estudiar las metáforas que usa Jesús en el Evangelio de San Juan: pastor, verdad, vida, camino, vid… Son sumamente bellas como metáforas. Creo que, si el mundo redescubriera la belleza de Jesucristo, volvería a enamorarse de Él. El camino de la belleza, la Via pulchritudinis, sigue estando abierto hoy. Quizá a los hombres no les importa tanto la verdad por el relativismo, pero, sin embargo, el hombre sigue siendo seducido por la belleza.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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