“Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús: Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?”
Los fariseos y los escribas se dirigen a Jesús reprochándole que mientras los discípulos de Juan y ellos mismos ayunan, sin embargo, los suyos “a comer y a beber”. Nos puede ayudar a comprender mejor la respuesta de Cristo si intentamos comprender el enfado y los reproches de los fariseos y escribas. Parece que lo que les molesta es el hecho de que ellos ayunen y los discípulos de Jesús no ¡Si al menos ellos no tuvieran que ayunar! Han perdido de vista que el ayuno es un acto de devoción, un signo del deseo de conversión y una expresión de penitencia por los pecados y, cuando falta este sentido, el ayuno pierde su valor. Ya no es expresión de amor a Dios y arrepentimiento, sino un acto puramente exterior, que sólo sirve para presumir de religiosos y envanecerse. En repetidas ocasiones el Señor les amonesta en este sentido para que cambien. “Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mí. En vano me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos” Mc 6-7).
También nuestras prácticas de piedad y nuestros ayunos pueden servir sólo para quedar bien ante los demás, para pasar por personas buenas, fiables y piadosas. Con lo que, en el fondo, lejos de ser expresiones de amor a Dios se convierten en una carga. Entonces surgen los juicios sobre los demás cuando no hacen lo que hacemos nosotros: yo ayuno, voy a Misa a diario, realizo actos de piedad como el Rosario… Hemos de rectificar interiormente muchas veces. Y cambiar de mentalidad. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda: “Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores «el saco y la ceniza», los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf. Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18). (n. 1430).
“La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al «Padre que ve en lo secreto» por oposición al deseo «de ser visto por los hombres» (cf. Mt 6,1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6,9-13) (CEC 1969). Jesús quiere que descubran el verdadero sentido de las prácticas de piedad, como el ayuno, pero esto requiere un cambio de mentalidad. El Señor no quiere nuestros sacrificios sino nuestro corazón. “Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos”. Ofrezcamos a Dios un corazón nuevo, un corazón contrito y humillado (Sal 50) y ese será un culto razonable, agradable a Dios.
María, convirtiéndose en la Esclava del Señor ha ofrecido el ayuno que Dios quiere y nos muestra a cada uno el camino.
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