La Iglesia está viva, y seguirá viva también después de los funerales del Papa. Todavía no triunfante, entiéndase bien: para eso falta algún tiempo. Más exactamente, el final del tiempo: el gran final del Apocalipsis, que por algo era considerado por Ermanno Olmi, un creyente inquieto y sincero, como un perfecto final feliz. Hablaba como cristiano, pero también como narrador, dos dimensiones que -como Francisco ha demostrado hasta el final- no se contradicen, más bien se realzan mutuamente.
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