Hemeroteca Laus DEo13/04/2021 @ 20:01
Para reparar la Santa Faz de Nuestro Señor, qué mejor manera que adentrarnos en la intimidad con Jesús, figurarnos junto a Él al final de la Última Cena, cuando se dirigió al Huerto de Getsemaní. Allí podrás asistir a una de las primeras afrentas que recibió el Santo Rostro de Nuestro Señor: el beso de Judas.
Nos cuenta la Sagrada Escritura que en el Huerto de los Olivos, cuando aún estaba Jesús hablando, llegó Judas Iscariote y, acercándose a su Maestro, le dijo: -¡Salve, Maestro! Y le dio un beso. Nuestro Señor Jesús no hizo siquiera ademán de retirar Su Divino Rostro; y no sólo soportó con humildad la injuria de aquel beso infame, sino que, en un destello de Su infinita bondad, le dijo a Judas: -Amigo, ¿a qué has venido? ¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre!.
Creo no exagerar al decir que aquél beso tuvo en Nuestro Señor el mismo efecto desgarrador que los latigazos de flagelación; lo humilló más que los insultos de los mercenarios que de Él se burlaron; ese beso pesó más en el Alma Santísima de Jesús que la propia corona de espinas… un beso que lejos de ser señal de amor lo fue de cobardía e interés propio… un interés contado: treinta monedas de plata. Tú y yo sabemos cuánto duelen esos besos y qué amargura nos traen cuando los recibimos de aquellos que más debieran amarnos.
Ahora, continua en la intimidad con Jesús y duélete, no por besos traidores que seguro nunca le has querido dar, pero sí de tantos besos como debiste darle con más amor. Bésale por tantos que no lo hacen y ni lo harán nunca; ámale por aquellos que no lo hacen y finalmente, promete a Jesús Nuestro Señor que seguirás consolándolo por todos los que andan apartados de Él.
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