Son las siete y veinte de la tarde. El sol ha caído ya, cuando, el muecín, desde su atalaya, llama a los fieles a la oración. Un grupo de chicas españolas corre apresurado por las escalonadas callejuelas del barrio cristiano de Jerusalén, mientras los tenderos recogen sus bártulos, antes de volverlos a colocar al día siguiente.
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