Este domingo comienza el Adviento, uno de los tiempos litúrgicos fuertes. Dice la Iglesia, según recogen las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, que “el tiempo de Adviento tiene un doble carácter, pues es el tiempo de la preparación para la solemnidad de Navidad, en la que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es, además, el tiempo en el que, mediante este recuerdo, las mentes de los hombres se dirigen a la expectación de la segunda venida de Cristo, al fin de los tiempos. Por ambos motivos, el tiempo de Adviento se presenta como tiempo de devota y alegre expectación”.
De este modo, el sacerdote Daniel Escobar, delegado de Liturgia del Arzobispado de Madrid, recuerda en la web de la Archidiócesis que “es interesante saber que la palabra Adviento, procede del latín adventus, que primitivamente se aplicaba a la venida de un personaje, particularmente del emperador. La Iglesia lo aplicó a Cristo. Si, además, nos fijamos en que el término griego para esta palabra es parusía, entenderemos mejor que este periodo haya sido asumido por la liturgia también como la espera de la venida gloriosa y solemne de Cristo en su definitiva aparición al final de los tiempos. Así pues, desde el comienzo, la liturgia juega con el paralelismo de las dos venidas de Cristo: una primera venida, en la humildad de la carne; y una segunda, en la majestad de la gloria, como se refleja en las oraciones litúrgicas de estos días”.
Uno de los signos más fuertes de este tiempo litúrgico es la corona de Adviento, la cual debe ser colocada en un lugar destacado de las parroquias y otros lugares de culto. Como signo que expresa la alegría del tiempo de preparación a la Navidad, el padre Escobar señala que “la Corona de Adviento es símbolo de esperanza de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte, ya que el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros y con su muerte nos ha dado verdadera vida”.
Además, explica que el Bendicional recoge que la corona encierra en sí varios símbolos: en primer lugar, la luz, que señala el camino, aleja el miedo y favorece la comunión; y para los cristianos es símbolo de Jesucristo, luz del mundo, tal y como se expresa en este pasaje de la Sagrada Escritura: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60,1). En segundo lugar, el color verde de la corona significa la vida y la esperanza. En tercer lugar, el hecho de encender cada semana los cirios de la Corona pone de relieve la ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de Navidad.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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