09/12/2024

Rafa Lafuente: «¿Te has preparado para encontrar el amor tanto como para encontrar un trabajo?»

Rafael Lafuente Buján tiene una dilatada experiencia como profesor de Secundaria, lo que le permite tener una visión privilegiada de la evolución de los jóvenes. Pero además es experto en educación afectivo-sexual y conferenciante, habiendo ofrecido cientos de charlas por toda la geografía española a jóvenes, novios y a matrimonios. Y además es el presidente del Instituto de Estudios Familiares de Ciudad Real.

A tenor de toda esta experiencia y utilizando un estilo muy directo y comprensible, Lafuente realiza un espléndido análisis de la realidad del matrimonio en esta entrevista con Marta Peñalver publicada en la revista Misión, la publicación de suscripción gratuita más leída por las familias católicas españolas.

¿Qué hay que hacer para que un matrimonio vaya sobre ruedas?

Lo primero es elegir bien. Y sabes que has elegido bien cuando no te importa pasar un confinamiento con tu mujer. Lo segundo es poner al cónyuge siempre primero: cuando tienes que elegir entre tu proyección profesional o tu mujer, eliges a tu mujer; entre tu hijo y tu marido, eliges a tu marido; entre un partido de pádel o tu mujer, eliges siempre a tu mujer. El día de la boda lo dices, pero luego te la juegas en cada decisión.

¿Algo más?

Sí. El matrimonio está para el perfeccionamiento de los esposos. No hay que estar siempre pendiente de los defectos del otro, porque cuando te casas asumes sus defectos, pero hay que tener ganas de mejorar y de que, con tu apoyo, mejore también el otro. Si alguien puede decir “soy mejor gracias a la persona que tengo a mi lado”, ha acertado al casarse. Y por último, volver al sentido común: hay cosas que son incompatibles con la vida matrimonial, como tomar un café a solas siempre con la misma persona o hablar a menudo de temas íntimos con una persona del otro sexo, porque te puedes enamorar.

Se casan menos personas y de las que se atreven, pocas lo hacen por la Iglesia, ¿a qué se debe esto?

Hay varias razones. No somos tan originales como pensamos, hacemos lo que hacen los demás. También está el prestigio de los padres: el que ha visto un matrimonio fuerte en casa, quiere lo mismo. Cuando uno es un buen médico, a su hijo no le importa ser médico, y si el padre es del Real Madrid, el hijo es del Madrid. Otro factor que afecta es que desde pequeños nos han hablado de cuánto debíamos estudiar, pero no de cómo debíamos prepararnos para la entrega de nuestro corazón. Antes, en la cabeza y el corazón de un joven estaba la idea de “tengo que trabajar para casarme y poder mantener a los hijos que lleguen”. El razonamiento ahora es: “Me formo bien, busco el mejor trabajo, y cuando tenga todo asegurado empiezo a pensar en buscar a alguien con quien compartir mi vida”. Creen que los partidos de pádel, los viajes y la vida profesional los van a saciar, y luego llega la realidad: “No encuentro con quien casarme”, me dicen los treintañeros… Yo les pregunto: “¿Te has preparado para encontrar el amor tanto como para encontrar un trabajo?”. Casarse ya no es una prioridad vital para los jóvenes.

Y de los que se casan, ¿por qué es tan alto el índice de divorcios?

Porque es muy fácil divorciarse. Con la legislación actual se puede pedir el divorcio a los tres meses de la boda y, si no hay mucha discusión, te lo conceden en 15 días. Cuando tienes la puerta de salida abierta, la coges. La clave está en que la única salida posible sea la victoria, porque se lucha de otra manera. La legislación es pedagógica y hoy dice que el contrato más importante de tu vida, el que une a las personas y del cual nacen los hijos, se puede romper en menos tiempo que ningún otro. Pero, además, divorciarse es posible intelectual y moralmente. Hace 30 años estaba mal visto abandonar a tu familia. Ahora decimos: “Tienes derecho a vivir tu vida”. Estas frases que nos han inculcado las películas nos hacen ver el divorcio como algo romántico.

El cine, pero también las series…

¡Claro! ¿Cuánta gente ha disfrutado viendo Friends? ¿Y qué tipo de relaciones había ahí? Sexo con todos, hijos sin matrimonio… Además, trabajamos los dos, ¡y más que nunca! Eso es, inevitablemente, fuente de conflictos en casa. Y luego están las terceras personas: tenemos unas relaciones muy vinculantes en vertical, es decir, la relación con nuestros padres e hijos a veces son más fuertes que con nuestro cónyuge.

¿Qué lugar ocupa la sexualidad en esta “ecuación”?

El acto sexual es el más íntimo y poderoso que existe. ¡Se tienen hijos con las relaciones sexuales! La mujer en la cama se expone, como en ningún otro momento, al sufrimiento y a la mayor invasión de su intimidad. Y en la cama es donde un hombre puede llegar a sentirse más rechazado. El grado de intimidad y de contacto físico, más las consecuencias de este acto, nos deberían hacer pensar que el sexo es cualquier cosa, menos seguro. Con ningún otro acto nos jugamos tanto en la vida. Y si lo haces mal, tiene serias consecuencias.

En sus charlas habla de “querer con todo el cuerpo”, ¿qué significa esa expresión?

Significa querer en todas las facetas de la vida. En las tareas domésticas, cambiando el pañal más difícil, casándote en gananciales, cambiando de trabajo porque es lo mejor para tu matrimonio, aunque no lo sea para tu carrera profesional… Ahí nos estamos diciendo lo mismo que nos decimos en la cama. Por eso en mi casa plancho yo, porque cada vez que plancho le estoy diciendo a mi mujer lo mismo que le digo en la cama. Y he cambiado de trabajo hace poco, no por un sueldo mejor, sino porque con este nuevo trabajo puedo llegar a casa dos horas antes. La decisión la tomé sólo porque prefiero a mi mujer. La mujer, por sus características fisiológicas y psicológicas y porque no es igual quedarte embarazada que poner la semillita, entiende el sexo como un todo y necesita verle sentido a la relación sexual. Este sentido se lo da ver que su marido, con todo lo que hace, le dice lo mismo que le dice en la cama: “Te quiero sólo a ti, te quiero del todo y te quiero para siempre”.

Físicamente, ¿cómo se quiere “con todo el cuerpo”?

Aceptando las limitaciones del cuerpo. Eso significa que habrá momentos de abstinencia como es el caso de un militar y de su esposa que saben que estarán meses sin verse… O cuando sabes cómo va a estar el cuerpo de tu mujer cuando dé a luz por cesárea por cuarta vez, como es mi caso. Son dificultades que hay que aceptar. También es saber que incluso a veces, por motivos graves, no se busca en ese momento otro hijo y en los días fértiles tendrán que vivir “como novios”. Y, por último, “con todo el cuerpo” significa que él ama como hombre y ella como mujer. Hay mujeres que dicen“ es que mi marido tiene muchas ganas”. Lo que no han entendido es que se han casado con un hombre que les está diciendo: “Es verdad que tengo muchas ganas porque soy varón, pero hay 4.000 millones de mujeres en el mundo y me quiero acostar contigo y sólo contigo. Y como sé que tú eres mujer, todas las veces lo voy a hacer con toda la delicadeza del mundo. Así que, yo sé que tú eres mujer y tú sabes que yo soy hombre, y nos vamos a encontrar, tú como mujer y yo como hombre”.

¿Qué sería lo contrario a “amar con todo el cuerpo”?

Muchas prácticas sexuales no significan querer con todo el cuerpo. Hoy las relaciones sexuales, queriendo con todo nuestro ser, están en crisis. El sexo matrimonial está en crisis. Hay mucho sexo en el matrimonio comparable al que tiene un chaval a escondidas o un señor con su amante. Eso no es sexo matrimonial, es otra cosa. Querer con todo el cuerpo también significa querer con todo el cuerpo que tengo. Veo matrimonios en crisis porque al marido ya no le resulta atractiva su mujer porque ella cumple años y las chicas del porno no. Ha estado viendo escenas irreales y el estímulo normal del cuerpo humano maduro, pero también precioso de su mujer, ya no le satisface.

¿Cómo logró entender todo esto?

En mi casa nunca se habló de sexualidad. Esta carencia se ha hecho virtud porque yo aprendí cómo había que comunicar estos temas precisamente porque mis padres no me los enseñaron bien. Pero sí he aprendido de mis padres cosas muy valiosas sobre la vida matrimonial. Mi padre se quedó viudo a los 33 años, con dos niños pequeños, y estuvo 4 años solo. Entonces conoció a mi madre y se casaron a los tres meses. Ella dejó Madrid y se fue a un pueblo de la Mancha a cuidar de dos hijos que no eran suyos. De ellos he aprendido que el matrimonio es querer querer y que la generosidad tiene premio. Yo soy fruto de ese segundo matrimonio.

Aparte de su experiencia como hijo, ¿dónde más lo ha aprendido?

Soy muy observador. He visto qué cosas funcionaban en los matrimonios que tenía cerca; he visto las consecuencias reales del sexo prematrimonial, y he podido comprobar que la Iglesia tiene razón. Y, sobre todo, he aprendido de mi mujer, que es todo sentido común y está llena de virtudes.

¿Cómo trasmiten usted y su mujer estos valores a sus hijos?

Lo primero es que mis hijos vean cuánto quiero a mi mujer. Lo que hago en la habitación con su madre no se lo dejo ver, por eso plancho en el salón para que me vean planchar por ella. También la abrazo y la beso mucho porque el ejemplo arrastra: hay muchos hijos que quieren tener la profesión de su padre y se trata de que también se planteen ser “tan buen esposo como su padre”. También es importante el valor de la palabra: para que mis hijos maduren y asuman compromisos serios y duraderos, tienen que saber que hay decisiones y actos que tienen consecuencias. Si a tu hijo le levantas los castigos o puede elegir siempre no le estarás haciendo un favor, porque la vida matrimonial no es así. Y, por supuesto, hay que educar en la castidad, la fortaleza de la que va a depender que no tenga relaciones prematrimoniales; y que vayan cortos de dinero y de salidas, para que no tengan fácil acceso al sexo. Así se echa hacia adelante a los hijos: teniéndolos cortos de todo. Si unos novios están teniendo relaciones sexuales y se van de viaje, no se casarán porque lo único que les queda por probar son las facturas y los niños. Ya tienen “lo bueno”.

Como católico, ¿qué papel juega la fe en la educación del corazón de sus hijos?

Hay que educar a los hijos en la fe y en la trascendencia, que quieran aspirar a los bienes mejores, que entre lo bueno y lo mejor elijan siempre lo mejor porque no es lo mismo compartir piso que tu vida entera. Y ser fuertes a la hora de decir que no a muchas series, películas, música… Para que nuestros hijos quieran casarse, la clave es que los padres hayan marcado un estilo en la casa y no que el estilo lo marquen quienes entran por el móvil. A mí me enseñó mucho la historia de mis padres, que es una historia de amor de las que no tienen película. Sin embargo, ellos no supieron contarlo bien. Diana y yo vimos que con nuestros hijos tenía que ser al revés: las cosas importantes se cuentan en casa.

¿Mejor casarse que no hacerlo?

El matrimonio tiene un límite, es: “hasta que la muerte nos separe”. De hecho, es bonito pensar que los matrimonios ancianos, por mucho que se quieran, sexo tienen muy poco. El día antes de morir quieren como se querrán al día siguiente en el cielo, como hermanos. El suelo que pisa un niño es el amor que su padre tiene por su madre. La vida matrimonial tiene consecuencias muy positivas, pero también puede tenerlas muy negativas. Mucho cuidado con hablar de que “separados estarán mejor”… La gente sufre muchísimo cuando se divorcia. Tenemos que querernos mucho porque nos jugamos la felicidad personal, la de nuestro cónyuge y la de nuestros hijos.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»