Según datos oficiales del Instituto de la mujer y los «grupos de expertos» del Consejo General del Poder Judicial, la cuestionada «violencia de género» se cobra la vida de entre 50 y 70 mujeres cada año desde hace dos décadas. La tendencia no parece disminuir, pese a que el Estado afirma poner medidas de todo tipo para lograrlo. Colocar «puntos violeta» en las calles es solo un ejemplo.
Ante esta cifra de mortalidad, hay quienes se plantean si las medidas gubernamentales aplicadas en los últimos veinte años están siendo efectivas a la hora de reducir el número de víctimas o paliar las consecuencias de la entredicha «violencia machista» –«la que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo«, según la Ley de Zapatero de 2004-.
Uno de ellos es el empresario Fernando del Pino Calvo Sotelo, que tratando de responder a esta pregunta ha publicado un extenso artículo publicado en su web, donde desglosa las cifras oficiales en torno los femicidios y la violencia -prefiere llamar- «de pareja».
Su conclusión, que el relato oficial «no soporta el escrutinio de los datos».
¿Es correcto hablar de violencia de género?
«Que la cifra sea hoy superior a la que había hace 22 años tras tantas leyes, observatorios y campañas rodeadas de un martilleo político y mediático incesante sólo puede calificarse de fracaso rotundo«, sentencia del Pino.
Entre 2001 y 2023, la cifra de mujeres víctimas de la llamada `violencia de género´ no ha bajado de 48, pese a todo el cuerpo legal e iniciativas impulsadas por el Estado.
Pero las preguntas no terminan ahí: ¿Se puede hablar de violencia de género?
Lo primero que observa es que este fenómeno no tiene lugar en todos los países de la misma forma que sucede en España. Al menos sobre el papel.
Matiza que «en otros países se denomina quizá de forma más adecuada violencia doméstica o violencia de pareja». Muestra de ello es Italia, donde se denomina «violencia doméstica», al igual que en Suecia –Ley de Prohibición de la Violencia Doméstica y Otros Abusos-, Inglaterra y Gales o Francia, país donde el fenómeno se aborda bajo la Ley de Igualdad.
La única explicación, la estigmatización del hombre
La diferencia, dice, «tiene cierta relevancia, pues el concepto de violencia “de género” parte de hipótesis sesgadas. Podría tener sentido llamar a la violencia de pareja violencia “de género masculino” si se atendiera al sexo mayoritario del agresor, pues en el 88% de los casos se trata de un hombre».
Para el autor, la explicación reside en la «estigmatización del hombre» que se hace visible desde el mismo preámbulo de la Ley de Zapatero -Ley integral contra la violencia de género-, que define la «violencia de género» como la ejercida contra la mujer «por el mero hecho de serlo».
De este modo, parte del fracaso de la ley en paliar la supuesta violencia «de género» radica en que la misma ley «parte de una hipótesis no verificada» como la expuesta en el preámbulo.
En el Informe de víctimas mortales de violencia de género y violencia doméstica en ámbito de la pareja o ex-pareja, el Consejo General del Poder Judicial recoge que, en los últimos años, el 88% de asesinatos a manos de parejas o exparejas en España la víctima es una mujer y en el 12% restante la víctima ha sido un hombre.
Decenas de factores de riesgo por delante del machismo
Surgen nuevas preguntas en el autor: ¿Son ese 12% de hombres asesinados «por el mero hecho de serlo»? Y si no, ¿cuáles son las causas profundas?
El Centro de Control de Enfermedades estadounidense (CDC) dispone de un detallado Listado de Factores de riesgo y protección ante la perpetración de estos crímenes que ofrecen una explicación de esas causas.
Concretamente aporta 39, divididos en factores de riesgo individuales, de la propia relación, comunitarios y sociales.
Por orden, el CDC cifra como principales factores de riesgo una baja autoestima, reducidos ingresos, edad joven, comportamientos delictivos o agresivos en la juventud, el consumo excesivo de alcohol y drogas o la depresión e intentos de suicidio. La ira, la falta de habilidades para la resolución de conflictos no violentos, la personalidad antisocial o la impulsividad completan el cupo de los diez factores de riesgo más relevantes. Hay que esperar al puesto 16 para encontrar factores relacionados a la llamada cuestión de género, como la «creencia en roles de género«, al 17 para el «deseo de poder y control» o al 18 para la «hostilidad hacia las mujeres«. En la sección comunitaria, la «falta de voluntad de los vecinos para intervenir» ante la violencia queda relegada al puesto 35 y en el apartado de factores sociales y al 36 las supuestas «normas tradicionales de género y desigualdad de género«.
La `creencia en roles de género´ a la hora de cometer un crímen contra una mujer queda relegado al decimosexto factor de riesgo que propicie la mal llamada `violencia de género´, según el Centro de Control de Endermedades.
La Unión Europea dispone de una lista similar de que incluye, por orden, abuso de alcohol y drogas, violación de orden de alejamiento, problemas mentales, haber sido testigo de abuso cuando era pequeño en su familia, desempleo, antecedentes de violencia, celos patológicos y control coercitivo sobre la pareja. El factor machismo sólo se menciona en noveno lugar y sólo en la categoría comunitaria, no referido directamente a las características psicológicas individuales del agresor.
El primer factor de riesgo, prácticamente ignorado
De estos datos surgen otras preguntas. Una de ellas, si se busca prevenir los factores de riesgo que motivan estos crímenes y que se encuentran en los primeros puestos de la lista.
Los datos hablan por sí solos: en 2023, el Ministerio de Igualdad anunció que se destinarían 177 millones de euros al Pacto de Estado contra la violencia de género. Una cifra muy superior a los 100 millones destinados a salud mental (tercer factor de riesgo según la UE) entre 2022 y 2024 -unos 33 millones por año- o a los 9,5 millones para prevenir en drogas y otras adicciones -(primer factor de la UE) de 2023.
Del Pino recoge como en uno de cada tres casos, los homicidas se suicidaron -o lo intentaron- tras asesinar a sus parejas. Una conducta que, según varios metaanálisis de datos de las última décadas, recomienda la identificación y tratamiento de desórdenes psiquiátricos en los potenciales agresores como medida de prevención. Estos documentos consultados por el empresario recogen «la significativa contribución de factores psicopatológicos (como desórdenes depresivos o delirios psicóticos) en estos homicidios-suicidios, la mayor parte de los cuales ocurrieron en el contexto de una separación reciente, divorcio o conflictos domésticos), pero «el machismo o la aversión a las mujeres `por el hecho de serlo´ brillan por su ausencia».
Sobrerepresentación de extranjeros: casi la mitad de agresiones
La preocupación por abordar las causas profundas de la llamada «violencia machista o de género» e incluso la existencia de la misma también se ponen en duda con otro factor que menciona Del Pino, como es la «sobrerrepresentación de extranjeros en los casos de asesinato por violencia de pareja».
Sin extraer «conclusiones que puedan alimentar la xenofobia», el autor se hace eco del documento del Instituto de las Mujeres, Víctimas mortales según país de nacimiento de la víctima. Actualizado a 29 de enero de 2024, muestra que de los 57 agresores identificados en 2023, 26 (el 45%) provenían «de otros países».
Tabla del Instituto de la mujer, que muestra que el 45% de las agresiones mortales contra una mujer en 2023 fueron cometidas por extranjeros.
Frente al relato de que España es un país machista, Del Pino contrapone con cifras oficiales como es «uno de los países donde existe menos violencia de este tipo», según recoge el Análisis epidemiológico de la violencia de género en la UE. Sí existe a su juicio una «percepción social» de lo contrario, como muestra alguna encuesta, pero al «contrastar» con los datos, «el bombardeo ideológico llevado a cabo desde hace dos décadas» se plantea como la explicación más plausible.
Una vez más, dice, «los datos contradicen las creencias«. Pone el caso del estudio Violencia contra las mujeres (2014) de la Unión Europea, que recoge cómo países del sur como España o Italia, considerados a priori como machistas, tienen mucha menos violencia contra la mujer que países del norte como Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda, Suecia o Dinamarca, considerados como progresistas e igualitarios.
Los países católicos, más seguros para la mujer
El informe aporta unos datos de los que, además, «puede inferirse de forma más aproximada que científica que, de forma contraintuitiva, los países del sur y los países católicos son más seguros para la mujer que los de los países protestantes del norte».
«En el caso de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, España vuelve a colocarse entre los países menos violentos de Europa, con una tasa de 0,2 muertes por 100.000 mujeres, frente al 0,3 de Alemania, el 0,38 de Francia, el 0,43 de Suecia o el 0,65 de Finlandia», agrega citando al Instituto Europeo por la Igualdad de Género.
La conclusión de Del Pino es que tanto la nomenclatura como el discurso oficial de la violencia de género «no soporta el escrutinio de los datos» y «la clave del fracaso» solo responde a la «ideologización y frivolidad».
«Si el gobierno quisiera combatir esta deficiencia social dejaría la ideología feminista a un lado, lo denominaría violencia doméstica o de pareja y no engañaría a la población. Esto significaría atender a sus complejas causas reales y centrar las actuaciones en el Ministerio del Interior y no en el de Igualdad. Veinte años después, la lucha contra la violencia doméstica no ha logrado ningún resultado respecto de aquello que afirmó querer combatir», concluye.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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