Priska Surantono, una joven de 23 años de origen indonesio y familia musulmana, se ha bautizado en la reciente Vigilia Pascual en Kensington, en la diócesis de Sídney, Australia.
Explica en el Catholic Weekly de Australia que su viaje espiritual comenzó en el lugar que menos cabría esperar: en La Meca, donde realizaba la peregrinación llamada Umra, que cada musulmán debe hacer al menos una vez en la vida.
Una voz misteriosa en La Meca
Sucedió en julio de 2019, cuando tenía 18 años. Acudió a La Meca en actitud de búsqueda. «En mi época como musulmana no estaba conectada del todo con Dios; casi era una rutina o esquema, algo que hacía porque sí», explica de la oración y espiritualidad que vivía entonces.
Pero ella quería algo más. Y en La Meca consultó a Dios. «Allí me arrodillé pidiéndole que me mostrara el camino. Recé: ‘si este es mi camino, si pertenezco a esto, por favor, fortalece mi fe'».
«Entonces oí una voz diciendo: ‘ven a Mí, eres mi niña’. Y miré alrededor, buscando quien me hablaba, y no encontré a nadie».
«En el camino de vuelta a casa, a Indonesia, seguí pensando en esas palabras. En el Islam nunca comparamos nuestra relación con Dios como la de un padre y un hijo, mientras que en el cristianismo todos somos hijos de Dios», comenta. «En ese momento entendí que ya no podía negar lo que estaba sintiendo».
Una madre musulmana, y parientes protestantes
La religión es un tema complicado en la familia de Priska. Su madre se educó en una familia «protestante estricta», pero se hizo musulmana al casarse con un musulmán. Luego se divorciaron, cuando Priska era una niña.
En Indonesia, Priska empezó a acudir a la misa católica. Había algo allí que le atraía. «Había encontrado una conexión santa y sagrada con Dios en misa, y Su presencia no era como nada que hubiera sentido antes», explica. «Me enganchó más y más y supe que quería mantener esa sensación. Era una llamada para pedir más».
Con 19 años consiguió decir a su madre que estaba yendo a misas católicas. A ella no le gustó. Ni a su familia materna, protestante.
«Mis tíos y tías insistieron en que mejor me convirtiera al protestantismo. Dos de mis tías, clérigas en su iglesia, intentaron decirme que era un proceso mucho más fácil que hacerme católica. Les dije que no se trataba de hacer lo fácil. No quería lo más cómodo o conveniente, quería el proceso adecuado hasta que me mereciera entrar con Dios», exploca Priska.
«No me importaba si eso significaba que no me consideraran ya parte de la familia. Aunque tuvieran opiniones distintas, el apoyo de mi madre y mi hermana era todo lo que yo necesitaba. Aunque no apoyan del todo mi decisión, creo que mi familia y yo tenemos un buen trato ahora».
Como estudiante en la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Kensington, Australia, buscó en Internet el catecumenado para adultos y se integró en la comunidad de católicos indonesios que se reúnen en una parroquia de la ciudad.
«No todo fue sol y arcoíris, tuve que ser perseverante en mi decisión. La misa era un paso emocionante hacia la conversión, algo que afirmaba mi fe», explicaba tras el rito de elección de catecúmenos, esperando con deseo la Pascua.
También comentaba que hablando con otros conversos supo de historias similares (varios vienen de la comunidad china, de familias budistas, taoístas o sin religión). «Nos podemos inspirar unos a otros para mantenernos fieles», señala. Considera que su comunidad católica ahora le es imprescindible.
Padrinos ponen la mano sobre los candidatos a ser bautizados en 2024 en Sídney, muchos de origen chino o vietnamita.
El fruto espiritual: dar espacio a Dios
«La razón de este viaje es que me di cuenta de que Dios está ahí para mí, buscándome, esperando que yo le busque«, explica.
¿Y aquella sensación de deseo, de estar cerca de Dios, con la que todo empezó? «Tras todo este tiempo, aún siento lo mismo, no ha cambiado. Aún recuerdo cuánto deseaba llegar a este punto cuando empecé, y ahora ya estoy aquí», añade.
«Es un nuevo inicio para mí», añade. «Quiero seguir fortaleciendo mi fe católica. Quiero dar más tiempo y más espacio a Dios en mi corazón. Vine a la Iglesia porque lo necesitaba, por mi alma y por Él. Voy a la iglesia por Dios, no solo por mí», añade.
En la diócesis de Sídney este año se bautizan o se reciben como nuevos católicos adultos 267 personas (los que vienen de origen protestante, por ejemplo, ya están bautizados, y se les recibe en plena comunión en la Iglesia). Según Simon Yeak, coordinador de catecumenado de adultos en el Sydney Centre for Evangelisation, cada vez hay más: fueron 107 en 2021, 179 en 2023 y 267 en 2024.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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