17/05/2024

Una llamada a la penitencia

Miércoles 21-2-2024, I de Cuaresma (Lc 11,29-32)

«Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación». Hace ya una semana –con el miércoles de Ceniza– comenzábamos el camino cuaresmal. Toda la Cuaresma es una llamada a la penitencia, un tiempo para escuchar la voz de Dios y así pedir insistentemente el perdón y la misericordia divinas. Este fue el signo de Jonás: «Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando: “Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada”. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor» (Jon 3,4-5). Cuarenta días duró el tiempo de gracia del Señor para los habitantes de la gran ciudad pagana; cuarenta días dura para nosotros el tiempo de gracia de la Cuaresma. Los ninivitas penitentes, arrepentidos de su mala conducta, son un ejemplo para nosotros de la auténtica penitencia que Dios espera de nosotros: «Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó» (Jon 3,10).

«Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás». Es Cristo mismo quien nos llama a la penitencia y al perdón de los pecados. Hoy, en concreto, se nos invita a reflexionar y meditar en nuestra oración sobre la penitencia interior y las obras de penitencia:

«Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores “el saco y la ceniza”, los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia.

» La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron “aflicción del espíritu”, “arrepentimiento del corazón”.

» La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf. St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad “que cubre multitud de pecados” (1 Pe 4,8).

» La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf. Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf. Lc 9,23).

» La lectura de la sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.

» Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1430-1438).